La enfermedad de Crohn es una afección inflamatoria crónica del tracto gastrointestinal que se engloba dentro de las enfermedades inflamatorias intestinales. Puede afectar a cualquier tramo del tracto digestivo, desde la boca hasta el ano, aunque su localización más frecuente es el íleon. En el curso natural de la enfermedad, se alternan brotes de actividad inflamatoria con períodos de remisión.
Según la Asociación Española de Gastroenterología, su incidencia (número de casos nuevos cada año) es de 5,4 casos/100.000 habitantes en Europa y está aumentando. Suele presentarse más en personas jóvenes de entre 15 y 30 años, aunque también se describen casos nuevos en personas de mayor edad.
Los síntomas más habituales del Crohn son la diarrea crónica (más de seis semanas), el dolor abdominal, la fatiga y la pérdida de peso involuntaria. En periodos de brote, puede manifestarse con fiebre y presencia de sangre en heces. Aunque no existe una dieta específica que cure la enfermedad de Crohn, la alimentación juega un papel muy importante en el manejo de los síntomas y en la mejora de la calidad de vida de quienes la padecen.
La dieta tiene que ser personalizada en función de los síntomas, la localización de la enfermedad y las posibles complicaciones. Hay que tener en cuenta si el paciente se encuentra en una fase de brote o en remisión, y si puede presentar desnutrición por falta de vitaminas y/o minerales.
Es recomendable llevar un diario de alimentos para identificar mejor aquellos que pueden desencadenar síntomas. Cada persona es única y lo que funciona a uno, puede no funcionar para otro.
Durante los brotes, es aconsejable evitar los alimentos que pueden irritar la mucosa digestiva. Entre ellos se incluyen los alimentos picantes, fritos, procesados y con alto contenido de fibra insoluble.
La dieta baja en FODMAP (siglas en inglés de Oligosacáridos, Disacáridos, Monosacáridos y Polioles Fermentables) es un modelo de dieta desarrollado por la Universidad de Monash para aliviar los síntomas de los pacientes con intestino irritable que se está recomendando también para las enfermedades inflamatorias intestinales.
Excluye durante un periodo de tiempo de 4 a 8 semanas, alimentos ricos en determinados hidratos de carbono que fermentan fácilmente en el intestino delgado. Entre ellos se encuentran los siguientes:
Los alimentos procesados suelen tener emulsionantes y edulcorantes artificiales que pueden dañar la mucosa intestinal y provocar cambios en la microbiota hacia un perfil más proinflamatorio. Por ello, están totalmente desaconsejados.
También es recomendable evitar el consumo de bebidas con alcohol y con cafeína, ya que pueden empeorar los síntomas.
Optar por alimentos de fácil digestión y que sean nutritivos. Priorizar alimentos de temporada y, si es posible, frutas y verduras ecológicas.
Carnes y pescados no dan problemas de fermentación, pero hay que evitar los cortes grasos y los productos procesados, así como las cocciones con salsas, frituras, rebozados y empanados. Es conveniente priorizar las carnes y pescados magros y en cocciones suaves como al horno o a la plancha.
En fase de remisión, la dieta mediterránea ha demostrado mejorar la inflamación con un mejor perfil de la microbiota intestinal, por lo que se aconseja siempre que el paciente no tenga diarrea ni dolor abdominal.
Debido a la malabsorción de nutrientes, algunos pacientes pueden necesitar suplementos de vitaminas y minerales, como la vitamina D, la B12 y/o el hierro. Es preciso realizar una determinación con analítica de estos parámetros para valorar la necesidad de tomarlos o no.
Por otro lado, publicaciones recientes sugieren que modificar la microbiota intestinal con la toma de probióticos indicados en el tratamiento de la diarrea puede ser útil en las enfermedades inflamatorias intestinales.
La alimentación en la enfermedad de Crohn debe ser cuidadosamente personalizada. Por ello, es necesario acudir a un digestólogo especializado en trastornos digestivos que pueda pautar la dieta más conveniente en cada caso. Aunque puede requerir ajustes y seguimiento constantes, una dieta adecuada puede aliviar significativamente los síntomas, reducir la intensidad de los brotes y espaciar el tiempo entre los mismos, así como mejorar la calidad de vida del paciente.
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