Es normal que la alimentación esté relacionada con nuestras emociones y no hay que verlo siempre como algo malo o patológico.
Desde que somos niños se establece una relación emocional con la alimentación, ya que suele crearse un vínculo especial con la persona o personas que nos alimentan. A medida que crecemos es bastante habitual compartir alimentos en celebraciones de índole social con una connotación emocional de reunión y unión entre amigos y familiares y de celebración. También encontramos la función de los alimentos como “regalo”, para demostrar afecto o cariño por ejemplo cuando alguien regala una caja de bombones o invita a otra persona a cenar a un restaurante.
Por otro lado, algunos alimentos contienen compuestos que influyen a nivel cerebral produciendo sensaciones positivas como es el caso del chocolate.
Partiendo de aquí, podemos decir que la alimentación emocional es algo habitual, que forma parte de la cultura de los seres humanos y no tiene por qué resultar negativo.
El problema reside cuando la comida es el principal mecanismo para la gestión de las emociones. A modo de ejemplo, tomar un trozo de tarta en un cumpleaños para celebrar, para compartir o para experimentar placer (a pesar de que no se sienta un hambre real fisiológica) no es un problema. Asimismo cuando se está premenstrual puede apetecerte más chocolate que en otros momentos del mes.
Pero si cada vez que se siente una emoción negativa se acude a la comida dulce o procesada para intentar calmar esa emoción entonces sí puede llegar a ser un problema y puede afectarnos a nivel físico y psicológico.
¿Crees que tienes hambre emocional y que te perjudica de alguna manera? Si tienes dudas puedes consultarlo en el siguiente test del hambre emocional.
Cuando el hambre emocional se ha vuelto “patológico” y se relaciona con la ansiedad por comer, el comer compulsivamente, atracones, la culpa etc. Es momento de plantearse cómo podemos poner remedio a la situación.
El primer paso debería consistir en entender que la comida no es el foco del problema, sino que es la “tapadera” generalmente de una situación de estrés o ansiedad. Habría que indagar qué emociones te llevan a querer comer cuando no tienes hambre y buscar alternativas que te ayuden a calmar esa emoción y no tengan nada que ver con la comida, Por ejemplo, si comes porque estás estresado, es porque lo haces para relajarte o satisfacerte y por tanto sería interesante tener otros recursos que puedan producir esta emoción positiva como por ejemplo darte un baño relajante, pintar, leer, dar un paseo…
Para ayudarnos a profundizar en ello y darnos herramientas, los mejores profesionales son los psicólogos.
No obstante desde la perspectiva alimentaria pueden establecerse algunos hábitos y comportamientos que pueden ayudarnos a controlar mejor estas situaciones, algunos consejos son:
Por último si empiezas a darle vueltas a algo sobre si te lo comes o no, lo mejor es que te lo comas cuanto antes y evitar gastar más energía mental en ello. Eso sí, disfrutando, saboreando, una ración adecuada y preferiblemente en compañía. No dudes en hablar con nutricionista si necesitas ayuda. También puedes consultar nuestra guía: Comprender la obesidad: una guía completa sobre causas, consecuencias y prevención.
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