Actualmente se estima que las alergias alimentarias afectan a 1 de cada 20 adultos y prácticamente 1 de cada 10 niños. En cuanto a las intolerancias alimentarias el porcentaje calculado es mayor (15-20%), lo que equivaldría a 1,5 o 2 personas de cada 10.
Sin embargo hay que tener en cuenta que se sospecha que hay un porcentaje elevado de personas sin diagnosticar porque hay un número importante de personas que, sin estar diagnosticadas, tienen una clínica que podría ser compatible con alguna de estas patologías, por tanto los porcentajes expresados podrían ser mucho mayores.
Por eso yo siempre digo la frase de “Lo normal es tener una buena digestión”, ya que observo que es muy frecuente que se normalice cierto malestar digestivo que hace que muchas personas convivan con un malestar continuo sin buscar ni encontrar ni por supuesto tratar la causa.
Se trata de una respuesta de nuestro sistema inmunitario mediadas por los anticuerpos IgE ante la presencia de una proteína que identifica como perjudicial.
El tiempo de aparición de síntomas suele ser relativamente inmediato (entre minutos y 2 horas).
Suelen ser alteraciones cutáneas o alteraciones digestivas o en el peor de los casos anafilaxia que puede llegar a producir la muerte.
Para una persona alérgica el consumo de trazas puede ser muy peligroso por tanto si se padece alergia se debe de llevar una dieta de exclusión estricta.
Las alergias alimentarias más comunes en Europa son las relacionadas con la leche de vaca, el huevo, la soja, el trigo, los frutos secos, las frutas, el pescado y los mariscos.
Consiste en la dificultad para digerir ciertas sustancias (normalmente hidratos de carbono) y no tiene que ver con la respuesta del sistema inmunitario.
Suelen aparecer a las pocas horas y durará un día aproximadamente.
Meteorismo, distensión, diarrea, dolor abdominal… pero también dolor de cabeza, neblina mental…
Depende del grado de tolerancia, en algunos casos se toleran pequeñas cantidades, como por ejemplo en el caso de la intolerancia a la lactosa que es frecuente tolerar un yogur pero no un vaso de leche. En cualquier caso, una pequeña ingesta del compuesto al que se tiene intolerancia no tiene consecuencias graves más allá de las molestias referidas que durarán unas horas.
Las intolerancias alimentarias más comunes son a la lactosa, a la fructosa, a la histamina… o algún tipo de trastorno relacionado con el gluten (sensibilidad al gluten no celíaca).
Es importante recordar que la celiaquía no es una alergia, ni una intolerancia. Si quieres saber más sobre el gluten y los problemas más frecuentes te recomiendo mi artículo: “Qué es la intolerancia al gluten y en qué se diferencia de la enfermedad celíaca”.
Una vez que ya conocemos las diferencias entre alergia e intolerancia hablemos sobre las pruebas que se realizan para detectar las alergias e intolerancias alimentarias y si tiene sentido realizarlas o no.
Es importante tener en cuenta que actualmente, el diagnóstico de alergias e intolerancias alimentarias y su detección es complejo y deben continuar las investigaciones a fin de clarificar, estandarizar y mejorar los métodos de detección de estas patologías.
No obstante con la evidencia actual podemos clasificar y separar los métodos es los que tienen una evidencia científica demostrada y en los que no cuentan con esa evidencia.
De hecho, existe un documento de posicionamiento del Grupo Andaluz de Trastornos Funcionales Digestivos y el Colegio Profesional de Dietistas-Nutricionistas de Andalucía muy interesante sobre este tema.
El documento puede resumirse en la siguiente clasificación de métodos con evidencia científica frente a métodos sin evidencia científica demostrada.
Sí tienen evidencia:
No tienen evidencia:
Otros tests sin evidencia:
En conclusión, en el documento se afirma que no apoyan el uso diagnóstico ni terapéutico de dichos tests no validados, dado el amplio consenso de comités científicos especializados en contra de los mismos, la poca o nula evidencia científica de su utilidad diagnóstica, y por último, la inexistencia actual de pruebas científicas de calidad que avalen su beneficio terapéutico a base de dietas tan restrictivas que incluso pueden ir en detrimento de la salud de las personas.
Y no puedo estar más de acuerdo con esta conclusión, ya que aunque muchas veces existe mejora tras este tipo de pruebas y su tratamiento terapeútico, quizá en parte por el efecto placebo, pero seguro que también porque a rasgos generales se suelen eliminar los ultraprocesados, el alcohol y los azúcares, lo cual ya supone una gran mejora de la alimentación que resulta ser beneficiosa para la mayoría de las patologías digestivas.
Sin embargo también se limitan muchos alimentos, a veces tantos que se complica poder llevar una dieta saludable sin estar asesorado por un dietista-nutricionista, y se generan falsas creencias y mitos, se demonizan alimentos y en general se empeora la relación emocional con la comida, además de que es probable que no se encuentre la verdadera causa y pueda estar enmascarando otra patología.
Por tanto, si no te sientes bien y sospechas que algo te sienta mal, ponte en manos de un profesional sanitario que se base en la evidencia científica y no te dejes seducir por métodos diagnósticos de dudosa veracidad. Si te interesa descubrir tu camino hacia una vida saludable puedes consultar nuestra guía práctica para gestionar las intolerancias alimentarias.
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