La artritis es una enfermedad que afecta a las articulaciones. Como el sufijo “-itis” indica, causa inflamación, además de dolor y limitación de movimiento. Existen diferentes tipos de artritis, como la reumatoide, la psoriásica, la gotosa o la lumbar. En este artículo nos centraremos en la artritis reumatoide, que es la más frecuente.
La artritis reumatoide es una enfermedad crónica, autoinmune e inflamatoria, que se caracteriza por la afectación simétrica de las articulaciones pequeñas y medianas, sobre todo de manos y pies. La inflamación persistente puede provocar daño articular y deformidad. Además, la artritis reumatoide puede afectar a otros órganos y sistemas, como el corazón, los pulmones, los ojos o los nervios en unos estadios muy avanzados si no ha tenido ningún tipo de tratamiento.
La causa de la artritis reumatoide es, todavía, desconocida, pero se cree que intervienen factores genéticos y ambientales. Algunos de estos factores de riesgo son el tabaco, las infecciones virales o bacterianas, el estrés o los cambios hormonales. Estos factores pueden desencadenar una respuesta anormal del sistema inmunitario, que ataca a las propias articulaciones y produce dicha inflamación.
La artritis reumatoide es una enfermedad que afecta a más de 200.000 personas en España, según el estudio EPISER 2016. Su prevalencia es del 0,5% en la población adulta mayor de 16 años, siendo más frecuente en mujeres que en hombres (0,8% frente a 0,2%) y en áreas urbanas que en rurales (0,6% frente a 0,4%).
Este dato en concreto nos hace pensar en el papel de los factores ambientales como la contaminación y el exceso de cortisol debido al estrés como algunos de los desencadenantes. La incidencia anual es de 8,3 casos por cada 100.000 adultos. La edad media de inicio es entre los 40 y los 50 años, pero puede aparecer a cualquier edad.
El diagnóstico de la artritis reumatoide se basa principalmente en la clínica, es decir, en los síntomas y signos que presenta el paciente. Los síntomas más habituales son:
Para confirmar el diagnóstico se realizan pruebas complementarias, como análisis de sangre o radiografías. En las radiografías se pueden observar erosiones óseas o disminución del espacio articular, aunque esto no siempre es así. Por este motivo es de suma importancia la interpretación de las pruebas complementarias por parte de un médico.
El tratamiento de la artritis reumatoide tiene como objetivos controlar la inflamación, prevenir el daño articular, aliviar el dolor y mejorar la función y la calidad de vida del paciente. El tratamiento se basa en tres pilares:
El tratamiento farmacológico incluye medicamentos que actúan sobre el sistema inmunitario y frenan la progresión de la enfermedad o los biológicos. También se utilizan medicamentos que alivian los síntomas y reducen la inflamación (fármacos antiinflamatorios no esteroideos o AINEs), muy comunes en el tratamiento de diversas dolencias. En algunos casos se pueden emplear corticoides, que son potentes antiinflamatorios, pero que tienen efectos secundarios a largo plazo. Como siempre, sigue siempre las recomendaciones de tu médico en materia de medicamentos y recuerda la importancia de NO AUTOMEDICARTE.
El tratamiento no farmacológico comprende medidas generales, como la educación sanitaria, el abandono del tabaco, el control del peso y la dieta equilibrada. También se recomienda la realización de ejercicio físico adaptado para la artritis (terapéutico), que mejora la movilidad, la fuerza y la resistencia de las articulaciones.
La fisioterapia es una parte fundamental del tratamiento, ya que ayuda a prevenir las deformidades, a aliviar el dolor y a mejorar la función. La fisioterapia puede incluir técnicas de movilización, estiramiento, fortalecimiento, termoterapia, electroterapia…
Para trabajar la artritis, los fisioterapeutas tenemos un arsenal terapéutico que, por fortuna, cada vez aumenta más gracias a los avances tecnológicos y científicos. Además de pautar ejercicios no extenuantes (ya que un ejercicio físico extenuante puede aumentar la inflamación) para mejorar la fuerza, la movilidad y el dolor, los fisioterapeutas usamos la terapia manual para provocar una relajación y una analgesia en la musculatura implicada, normalizando así el tono muscular y las tensiones que se puedan dar en la articulación afectada.
Asimismo, como ya hemos mencionado, es muy importante la movilidad, por lo que hay pacientes en los que procedemos a movilizar las articulaciones ya que ellos por sí sólos no son capaces. Es lo que llamamos movilizaciones “activo-asistidas”. En estadios más avanzados con gran incapacidad también efectuamos movilizaciones pasivas, ya que siempre será mejor que el movimiento cero. También pautamos a nuestros pacientes una serie de estiramientos para el autocuidado en casa en función de su estado, ya que tampoco debemos llevar las articulaciones a los rangos de movimiento máximos.
Algunos os estaréis preguntando por las corrientes, las lámparas de calor… Efectivamente, los fisioterapeutas usamos muchos agentes físicos para el tratamiento de nuestros pacientes. En este caso, las lámparas de calor son bastante agradables para el paciente, pero hay que tener en cuenta que su uso excesivo puede provocar una mayor inflamación: de ahí la importancia de la dosificación en cualquier tipo de tratamiento. Las corrientes de tipo TENS también son un aliado muy importante en el tratamiento de la artritis, ya que provocan analgesia actuando a nivel de lo que llamamos “puerta de entrada” del sistema nervioso: hacemos que nuestros nervios requieran un estímulo doloroso mayor para poder “activar” sus receptores nociceptivos.
Un tratamiento que está cada vez más en alza, con unos resultados realmente buenos, es la neuromodulación. Esta técnica consiste en la introducción de una aguja de acupuntura en los alrededores del nervio que queremos tratar y la aplicación de una corriente. Según el tipo de corriente, aplicación, frecuencia, etc. conseguimos un estímulo del nervio diana que redunda en una mejora de la función neuromuscular y una reducción del dolor.
También existe una neuromodulación provocada por una corriente directa transcraneal (tDCS), la cual actúa en el sistema nervioso central a nivel encefálico, trabaja con la neuroplasticidad del cerebro y ayuda a la reducción del dolor crónico y sensibilizaciones centrales. Es, por resumirlo bastante, una forma de “reeducar” también a nuestro cerebro y normalizar su reacción a ciertos estímulos.
El tratamiento quirúrgico se reserva para los casos en los que el tratamiento farmacológico y no farmacológico no es suficiente para controlar la enfermedad o cuando hay complicaciones graves. La cirugía puede consistir en la reparación o sustitución de las articulaciones dañadas por prótesis (artroplastia), la eliminación del tejido inflamado (sinovectomía) o la corrección de las deformidades (osteotomía).
La artritis reumatoide es una enfermedad que requiere un seguimiento periódico por parte del reumatólogo y de otros profesionales sanitarios, como el médico de familia, el fisioterapeuta o, incluso, el cirujano ortopédico.
Es recomendable contar con un nutricionista especializado para ayudarnos a mejorar nuestros hábitos alimenticios, así como con un psicólogo si necesitamos modificar ciertos hábitos y el afrontamiento de la enfermedad. Como en cualquier patología o dolencia, el abordaje multidisciplinar es esencial para conseguir un control óptimo de la enfermedad y una mejor calidad de vida para el paciente. Y recuerda: estamos diseñados para movernos, el reposo total nunca suele ser la primera opción.
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