El término alopecia, derivado de la palabra griega alópex (zorro), en referencia a que este animal pierde el pelaje en primavera y otoño, se utiliza para designar cualquier tipo de caída o pérdida de cabello.
Existen muchos tipos de alopecia, desde entidades muy comunes (alopecia androgénica masculina o femenina, alopecia frontal fibrosante, efluvio telógeno, alopecia por quimioterapia.) a procesos menos frecuentes (alopecia asociada a enfermedades autoinmunes, alopecias congénitas asociadas a raras enfermedades hereditarias, etc.).
En muchos de estos casos se trata de pérdidas “difusas” del cabello que pueden ser reversibles o permanentes. Pero en esta ocasión sólo vamos a comentar aspectos de la llamada alopecia areata que, contrariamente, por lo menos en su inicio, es una pérdida de elementos pilosos en forma de “parches” más o menos grandes y extensos.
La alopecia areata es una entidad muy fácil de diagnosticar sólo por su aspecto clínico. Como hemos dicho se trata de “áreas” sin pelo, de formas más o menos redondeadas, en las que hay tres aspectos que la diferencian de otras entidades:
Las zonas “calvas” no tienen ni un pelo o muy pocos (salvo en el caso de que esté resolviéndose) mientras que en otras entidades en que cae el pelo “a rodales” podemos ver que en la zona afectada perduran algunos o bastantes elementos pilosos (por ejemplo en la llamada “alopecia por tracción”).
La piel de la zona afectada se ve normal, sin enrojecimiento y sin relieves (a diferencia de un grupo de alopecias llamadas “cicatriciales” en las que la epidermis afectada recuerda la secuela de una quemadura). Dentro de las alopecias cicatriciales tenemos entidades como el lupus eritematoso discoide o el liquen plano.
El paciente no refiere ninguna molestia subjetiva (picor, quemazón) y no hay signos inflamatorios (cosas que sí suceden en las infecciones por hongos o tiñas).
Cualquier persona puede padecerla y no hay gran diferencia entre sexos ni entre razas. Aunque la edad de inicio predomina desde la adolescencia hasta los 40 años, podemos verla a cualquier edad.
Aunque durante años se ha relacionado esta enfermedad con determinadas situaciones (estrés emocional, infecciones) lo cierto es que no hay duda de que se trata de uno de los procesos llamados “de causa autoinmune”.
Nuestro sistema inmunológico (nuestras “defensas”) tiene un rol importantísimo para atacar cualquier elemento nocivo que “entra” en nuestro cuerpo. Hay errores por defecto de este mecanismo universal de los seres vivos, las llamadas “inmunodeficiencias”, que condicionan que el paciente enferme gravemente o muera por infecciones que una persona “inmunocompetente” no padecería. Pero en ocasiones nuestras “defensas” equivocan su cometido en sentido inverso y atacan elementos de nuestro propio cuerpo como si se tratara de agentes patógenos.
El grupo de entidades autoinmunes es muy numeroso y en ocasiones causa gravísimos problemas de salud (por ejemplo, una hepatitis autoinmune de mala evolución puede condicionar una insuficiencia hepática que requiera un trasplante).
Afortunadamente, la alopecia areata puede tener un impacto “cosmético” que puede ser muy importante para la calidad de vida y la autoestima del paciente pero nunca compromete la salud “física” del enfermo. Lo mismo sucede con otras enfermedades cutáneas autoinmunes como el vitíligo (la “enfermedad de las manchas blancas”).
La asociación de esta forma de alopecia con otras enfermedades autoinmunes más serias es poco relevante. Dentro de lo infrecuente sería correcto pedir una analítica al paciente para descartar la asociación con otro proceso autoinmune llamado enfermedad de Hashimoto (hipotiroidismo de base autoinmune).
En muchas ocasiones se trata de una o pocas lesiones de medidas variables que pueden repoblarse con un tratamiento adecuado o incluso de forma espontánea.
En casos menos frecuentes el proceso se extiende de forma más o menos rápida condicionando la caída de gran parte del cabello (alopecia sub-total) o de todos los pelos (alopecia total). Puede afectar la barba así como cejas y pestañas y, de forma excepcional, desaparecerán los elementos pilosos de todo el cuerpo (alopecia universal).
Evidentemente, las formas de alopecia total o universal, mucho menos frecuentes, tienen un peor pronóstico y requieren tratamientos más complejos que no son efectivos en el 100% de los casos.
La evolución espontánea de la alopecia areata es imprevisible dado que a veces su “actividad” se reduce a semanas o pocos meses mientras que en otros casos evoluciona a brotes intermitentes o incluso persiste indefinidamente.
Una forma de objetivar si el proceso está más o menos “detenido” consiste en tirar con fuerza moderada de los pelos que circundan la placa alopécica (“pull-test”): si se desprenden a la mínima tracción significa que la zona afectada está expandiéndose.
La presencia de algunos pelos cortos en el interior de la placa no siempre indica que esté mejorando, sobre todo cuando se trata de elementos muy cortos y aislados que parecen tener una zona de implantación más delgada que el extremo distal (pelos “en signo de admiración”).
Por el contrario, la repoblación con elementos blancos o “poliosis” (canas) es algo común y signo de posterior evolución a cabello de color normal.
En primer lugar debemos tener en cuenta que en bastantes ocasiones se produce una mejoría o desaparición total de las zonas afectadas de forma espontánea. Esto es más probable en los casos que cursan con pocas lesiones o que estas no son muy grandes.
En los casos moderados deben plantearse tratamientos de bajo riesgo tales como la aplicación local de productos tales como el minoxidil y/o los corticoides.
Si la extensión de las lesiones lo permite se puede proceder a la inyección local de derivados cortisónicos como la Triamcinolona. Como deben practicarse punciones bastante juntas la una de la otra no es práctico plantearlo en grandes zonas o en casos con muchas placas alopécicas.
En caso de formas en las que se observa actividad (“pull test” positivo) pueden administrarse “minipulsos” semanales de corticoides orales: tratamiento de 2 días por semana para minimizar los efectos secundarios de la cortisona administrada diariamente.
Inmunoterapia tópica con Difenciprona. En opinión del autor de este trabajo de divulgación este es un tratamiento logísticamente complejo cuyos resultados no suelen compensar el “esfuerzo” que requiere… Este tratamiento consiste en “sensibilizar” al paciente con un parche de Difenciprona para “hacerlo alérgico” a esta substancia. Posteriormente debe prepararse una fórmula galénica con la dilución de este producto que supongamos que condicionará un efecto irritante que no debe ser “ni demasiado ni poco” intenso. A menudo deben hacerse varios intentos. La irritación producida condiciona un mayor aporte del flujo de sangre en la zona que junto a una modificación en las células inmunocompetentes puede condicionar el recrecimiento del cabello en algunos casos. No me extenderé en consideraciones, pero después de bastantes “intentos” dejé de utilizar esta alternativa ya hace muchos años.
Tratamiento con láser excimer. Sería una opción para formas localizadas y, a menudo, debe combinarse con otros tratamientos. En mi opinión personal, aún careciendo de experiencia propia, no creo que sea una alternativa de primera línea. Tengo la misma opinión respecto a otros tipos de láser y la llamada “bioestimulación capilar”.
En casos más recalcitrantes pueden emplearse algunos fármacos orales inmunosupresores (Metotrexato, Ciclosporina) pero teniendo muy en cuenta sus contraindicaciones, interacciones y efectos adversos (requieren monitorización clínica y analítica periódica).
Hasta hace relativamente poco las formas muy extensas y recalcitrantes podían llevar a la alopecia total o universal y era frecuente que en estos casos no pudiera ofrecerse nada al paciente. En los últimos meses este escenario ha experimentado un cambio positivo con la aparición de un grupo de fármacos llamados “Inhibidores de JAK” que pueden revertir el proceso, incluso en casos difíciles y graves. Existen diversas moléculas que pueden ensayarse como por ejemplo Baricitinib. Estos tratamientos tienen el inconveniente de que su coste es muy elevado (de momento, casi “desorbitante”). Por ello se limitan a pacientes muy seleccionados y con formas que condicionan un grave impacto en la calidad de vida de los pacientes.
El trasplante capilar no es una buena opción dado que mientras persiste el ataque autoinmune los cabellos injertados fácilmente volverán a caer.
En resumen, podemos comentar que la alopecia areata es una enfermedad autoinmune bastante frecuente y que a menudo se expresa con pocas lesiones que pueden curar espontáneamente o con tratamientos sencillos. Consulta con un dermatólogo para resolver todas tus dudas. Además si quieres recuperar tu confianza puedes leer nuestra guía integral sobre la alopecia y sus soluciones.
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