Itziar Ibarluzea Ortueta

Todas las personas pasamos por periodos de malestar, conflictos o pérdidas a lo largo de nuestra vida. Son experiencias inseparables del hecho de estar vivos y no conviene patologizarlas. El dolor o la trizteza no son enfermedades y muchas veves encontramos la forma de resolver lo que nos afecta con nuestros propios recursos y los apoyos que encontramos en nuestro entorno. Sin embargo, esto no siempre es posible. A veces, surgen conflictos que derivan hacia callejones sin salida, nos abruman experiencias dolorosas, pérdidas, malestares psíquicos o corporales aparentemente inexplicables que nos causan un sufrimiento difícil de soportar. Lo que sabíamos hasta entonces no nos sirve para aliviarlo, para comprenderlo, para saber qué hacer. Aparecen síntomas (ansiedad, tristeza, angustia…) que nos dicen, a su manera, que algo no va bien.

Decidirse a empezar

No es fácil acudir a una consulta. A veces se cae en el desánimo de creer que nadie puede ayudarnos, que es demasiado tarde o que tal vez si no hablo de lo que me preocupa me afectará menos. La decisión de pedir atención psicológica suele tomarse cuando ya se han intentado otras cosas que no funcionaron. No funciona pensar que «no debería sentir/pensar esto» o juzgar como negativo el sentimiento de vulnerabilidad que conlleva el malestar psíquico. Tampoco se trata de preguntar todo el tiempo sobre el por qué de las cosas. Podemos encontrar miles de razones «lógicas» que explicarían nuestros conflictos sin que sintamos ningún alivio por ello, sin que nada significativo cambie en nuestras vidas. Y los bienintencionados consejos que intentan servir de guía señalando lo que hay que hacer no suelen ser muy útiles. No hay recetas universales, la decisión de hacer algo con eso que nos pasa y la confianza en el profesional que escucha permiten la exploración de caminos nuevos que alivian el sufrimiento y devuelven las ganas de vivir.