Todos conocemos lo que es una emoción y la importancia que tienen en nuestra vida; siento, luego existo. Pero a pesar de tener una noción básica acerca de ésta, siguen apareciendo algunas dudas sin respuesta, lo que da lugar a ser difícil poder definir correctamente la palabra emoción (Lawler, 1999).
En cuanto a su definición existen varias definiciones, empezando por Brody (1999), quien ve las emociones como sistemas motivacionales con componentes fisiológicos, conductuales, experienciales y cognitivos, que tienen una valencia positiva o negativa (sentirse bien o mal), que varían en intensidad y que suelen estar provocadas por situaciones interpersonales o hechos que merecen nuestra atención porque afectan a nuestro bienestar.
A pesar de su definición, en la actualidad la palabra emoción se divide en diferentes clases de estados afectivos.
Las emociones primarias se consideran respuestas universales, fundamentalmente fisiológicas, evolutivamente relevantes biológica y neurológicamente innatas.
Por el contrario, las secundarias, que pueden resultar de una combinación de las primarias, están muy condicionadas social y culturalmente. Algunos autores incluyen entre las emociones primarias el miedo, la ira, la depresión o la satisfacción (Kemper, 1987), mientras que otros incluyen la satisfacción felicidad, la aversión-miedo, la aserción-ira, la decepción-tristeza y el sobresalto-sorpresa (Turner, 1999: 145). La culpa, la vergüenza, el amor, el resentimiento, la decepción o la nostalgia serían emociones secundarias, las cuales se expresan para difuminar o inhibir a las primarias.
Según la teoría de la apreciación (Brody, 1999: 23), los seres humanos no somos meros mecanismos biológicos sintientes, sino que valoramos cognitivamente los elementos del entorno antes de experimentar o de expresar una emoción. Hochschild (1983), aplicando a todas las emociones la idea de S Freud (1948) de que la ansiedad advierte a las personas de un grave peligro para su salud mental, sostiene que todas las emociones funcionan como mensajeros para el yo, que cumplen una función de señal, y que por tanto son adaptativas y útiles en el largo plazo de la evolución y en el corto plazo de la interacción (Stryker, 2004).
En cuanto a que llegan a cubrir unos objetivos de supervivencia en función a lo que sentimos. Miedo: el objetivo es la protección y el cuidado. Afecto: el objetivo es la vinculación. Tristeza: el objetivo es el retiro. Cuando sentimos tristeza nuestro organismo nos está diciendo “retírate de ahí y vuelve a estar contigo”. Enojo: el objetivo es la defensa. Alegría: su objetivo es la vivificación. Viene a ser la batería de nuestra existencia.
Pero además de cumplir una función de señal, las experiencias emocionales también causan un impacto y dejan una marca, a veces imborrable, que condiciona las futuras experiencias del sujeto, es esto lo que se consideraría un trauma.
Las definiciones populares de inteligencia hacen hincapié en los aspectos cognitivos, tales como la memoria y la capacidad para resolver problemas cognitivos, sin embargo Edward L. Thorndike, en 1920, utilizó el término inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas.
En este concepto cabe destacar la importancia de la amígdala, la cual está especializada en las cuestiones emocionales y se considera una estructura límbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria. Por ende, si se separa la amígdala del cerebro no sería posible apreciar el significado emocional de diversos acontecimientos, a lo cual se conoce como ceguera afectiva. Además de la pérdida de afecto y la consecuente pérdida de memoria, la amígdala, junto con la circunvolución cingulada, permite la secreción de lágrimas y funciona como un depósito de la memoria.
Por otro lado cabe destacar que a pesar de que la amígdala prepara una reacción emocional ansiosa e impulsiva, pero otra parte del cerebro se encarga de elaborar una respuesta más adecuada, esta es el área prefrontal, que constituye una especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada.
La inteligencia emocional nos permite (Goleman,1996):
Regular las respuestas emocionales se puede aprender. Al mismo tiempo es un signo de maduración y de inteligencia. En la primera infancia, habitualmente no regulamos nuestra respuesta emocional, simplemente la expresamos o explota.
Conforme se va madurando y creciendo, se consigue equilibrar las fuerzas opuestas, por un lado, la necesidad biológica de la respuesta emocional, y por el otro, la necesidad de respetar determinadas normas de convivencia. También es cierto que determinadas emociones son útiles y traen un beneficio al individuo y otras no.
A partir de este hecho podemos dividir las emociones en: respuestas emocionales efectivas, útiles y adaptativas; y respuestas emocionales no efectivas, poco útiles o poco adaptativas. Una respuesta emocional (alegría, ira, vergüenza) será útil en función del contexto. Si la respuesta es adaptativa y nos ayuda a relacionarnos con el mundo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos, será una emoción efectiva. Así todas las respuestas emocionales son positivas siempre que se utilicen adecuadamente.
Por otro lado cabe mencionar a Goleman, (1996) defiende que cuando hablamos de autocontrol emocional no estamos abogando, en modo alguno, por la negación o represión de nuestros verdaderos sentimientos. El enojo, la melancolía y el miedo pueden llegar a ser fuentes de creatividad, energía y comunicación; el enfado puede constituir una intensa fuente de motivación, especialmente cuando surge de la necesidad de reparar una injusticia o un abuso; el hecho de compartir la tristeza puede hacer que las personas se sientan más unidas y la urgencia nacida de la ansiedad —siempre que no llegue a atribularnos— puede alentar la creatividad. También hay que decir que el autocontrol emocional no es lo mismo que el exceso de control, es decir, la extinción de todo sentimiento espontáneo que, obviamente, tiene un costo físico y mental.
Investigaciones recientes, Goleman (2001), indican que una persona con competencias emocionales es menos susceptible de caer en situaciones de riesgo social y de salud. Es decir, son personas que están preparadas para no entrar en el mundo de la drogadicción, alcoholismo, vandalismo, delincuencia, entre otras. Una persona con un control emocional adecuado es candidata para convertirse en un ciudadano sano, capaz de construir redes en beneficio de todos los integrantes del grupo social, con vida productiva y democrática activa.
Es por este motivo por el que se anima que desde el nacimiento se puedan ir adquiriendo todas estas competencias, promocionando la educación emocional, dando lugar así a que en el futuro esos niños adquieran competencias como:
Puedes pedir cita con un psicólogo si crees que tienes dificultades para gestionar tus emociones o bien consultar nuestra completa guía: Aprovechar el poder del desarrollo personal para mejorar el bienestar emocional.
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