Suelo explicar a las personas que acuden a mi consulta, que la sintomatología que sufren no viene de ninguna parte, o caída del cielo, u ocurre sin motivo, sino que este malestar en forma de síntomas tiene una causa y un origen. Tiene, de una u otra forma, que ver con su persona, con su vida, con su historia, con su ser. “Yo soy así”, “siempre tendré ataques, solo quiero saber cómo controlarlos” son frases que suelen expresar los pacientes. Nuestra tarea, la del psicólogo, junto con nuestro paciente, es averiguar cuál es la causa de esta crisis, el motivo que subyace para de esta forma eliminar el síntoma de forma definitiva y eliminar el malestar, no controlarlo.
Hoy en día, es muy habitual encontrar en nuestras consultas a personas aquejadas de ansiedad, y haber sufrido un episodio de ansiedad fuerte o una crisis de ansiedad. A menudo, solemos confundir, ansiedad, con estrés o nervios. Digamos que, actualmente, la palabra ansiedad no está restringida a la clínica, sino que es muy habitual escucharla, al describir el estado de ánimo o emocional fuera del ámbito clínico.
Llamamos crisis de ansiedad o angustia, a la aparición aislada y temporal de un miedo o malestar muy intenso, que va acompañado de varios síntomas somáticos y psicológicos.
La primera vez que una persona sufre una crisis de ansiedad no sabe lo que le está pasando, no sabe que está sucediendo, su inicio es de forma brusca y alcanza el pico máximo con rapidez, suele ser unos 10 minutos, y a menudo se tiene una sensación de peligro o de muerte inminente y una gran necesidad urgente de escapar.
Los síntomas consecuentes de las crisis de ansiedad son:
Una crisis de ansiedad, desde que empieza hasta que termina, suele durar entre unos 20 a 30 minutos, dejando a la persona agotada y fatigada.
Durante esta crisis, la persona puede verse inquieta motrizmente, es decir, deambulando, o por el contrario, bloqueada y inmóvil, su rostro puede verse aterrorizado y su voz entrecortada.
En resumen, una crisis de ansiedad es un conjunto de síntomas somáticos y psicológicos que arrastran a la persona a un estado de conmoción muy alto, prueba de ello es que la mayoría de primeras crisis de ansiedad acaban terminando en el servicio de urgencias de un hospital, y la persona se ve incapaz de asociar esa crisis con ninguna situación que está viviendo de índole psicológica o emocional. Dicho de otro modo, la persona es ciega o inconsciente de cuáles son las causas que le ha llevado a sentirse de esa manera. La persona relata que creía estar a punto de morir, de tener un infarto o un accidente vascular o incluso de volverse loca. También es habitual que después de una primera crisis como la vivida, la persona tenga miedo a volver a tener una crisis similar, desarrollando un miedo anticipatorio a esa misma crisis vivida por primera vez.
La ansiedad es una señal de un conflicto inconsciente que anuncia los peligros de un deseo instintivo prohibido expresado y en función del cual se actúa. Por tanto, la crisis de ansiedad representa un conflicto inconsciente entre deseos sexuales agresivos y las fuerzas opuestas del yo y del superyó.
El yo es el mediador de las limitaciones de la realidad externa, mientras que el superyó despierta los temores de represalia y castigo, si uno actúa o piensa en función de estos impulsos que para uno están prohibidos. Es habitual que la persona no sea consciente de este mecanismo psicodinámico.
Este es el modelo de Freud sobre los orígenes de la ansiedad, pero hoy se piensa también que cada uno tiene una capacidad innata de manejar la ansiedad de la vida cotidiana, pero que también depende en gran medida de la disposición temperamental del bebé. Algunos recién nacidos son más activos y se agitan más ante estímulos externos e internos que otros, los que muestran una elevada reactividad, pueden pasar a mostrar mayor ansiedad ante los extraños y una ansiedad de separación más persistente, la ansiedad de separación que es el temor a la pérdida del cuidador del cual depende el bebé es un aspecto universal del desarrollo y en la persona del temperamento vulnerable, puede persistir más allá de la niñez.
Algunos autores proponen que la idea de irritabilidad neuropsicológica combinada con la ansiedad de separación que persiste sin duda estaría en el núcleo del trastorno de angustia.
El trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de angustia y la fobia coinciden en un aspecto, un bajo umbral de tolerancia a la ansiedad que tiene probablemente un sustrato biológico. La experiencia de las temibles crisis de angustia o ataque de pánico limitan la vida y llevan a evitar determinadas situaciones, y desarrollar la agorafobia que podrían desencadenar este tipo de crisis. La agorafobia y la fobia específica se pueden considerar como una reacción defensiva por parte de la persona.
Existen tres tipos de crisis angustia, diferenciadas por el modo de inicio y la presencia o la ausencia de desencadenantes ambientales:
Para tratar las crisis de ansiedad, habría diversas vías: el tratamiento psicofarmacológico, los tratamientos cognitivo-conductuales o el tratamiento psicoanalítico.
Como anteriormente he señalado, una crisis de ansiedad es la señal de un conflicto inconsciente que anuncia los peligros de un deseo instintivo prohibido expresado y en función del cual se actúa.
Si sufrimos una crisis de ansiedad, es importantísimo acudir a un psicólogo que nos ayude a descifrar cual es el conflicto inconsciente subyacente a este episodio y mediante una psicoterapia pueda desvelarse dicho conflicto para que la persona pueda ser consciente de ello y de esta forma liberarse de la sintomatología.
Para aliviar este sufrimiento es necesario explorar nuestra historia y recordar momentos significativos de nuestra vida. Estas vivencias pueden estar ocultas en nuestra memoria y pueden ser dolorosas o difíciles de recordar. Descubrirlas y sacarlas a la luz, nos permite entender mejor cómo nos afectan en el presente y cómo podemos aliviar el dolor que nos producen. Si quieres profundizar más sobre cómo reconocer la ansiedad puedes consultar nuestra guía.
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