Amalia, una joven estudiante de bachillerato está sentada junto a mí en mi consulta. Desde su sillón mira atónita la imagen de su cuerpo en un lienzo de papel a tamaño real en el que acabamos de dibujar su contorno. Antes de eso, ella había dibujado el perfil de su cuerpo en función de cómo se veía a sí misma mentalmente. ¿Qué es lo que la mantiene tan perpleja? Ese gesto de incredulidad ante lo que contempla ¿es el reflejo de algo que no entiende su mente o, quizás la manifestación física de todas las emociones contradictorias que está sintiendo allí mismo?
En el plano físico, sus ojos parecen concentrados en los escasos 8 cm de grosor que perfila su cintura dibujada, pero lo que llama poderosamente su atención no parece ser eso: lo que la mantiene perpleja y con la boca abierta es precisamente que está tomando consciencia de la diferencia entre lo que ella creía que medía su cintura y lo que la realidad le está demostrando.
Para realizar este artículo, además de las obligadas consultas a la literatura científica, recurrí a la lectura de decenas de artículos en la red, donde me daban pautas precisas para diferenciar claramente entre autoconcepto y autoestima.
Sin embargo, ninguna de esas simplificaciones de la realidad me habría permitido entender las profundidades de la escena que estoy describiendo. Creo que no me equivocaré mucho si supongo que casi cualquier lector o lectora, al llegar a este punto tendrá clara la idea de que estoy hablando sobre un caso de anorexia. También supongo que, en el caso de Amalia, muchos intuirán qué un autoconcepto, excesivamente centrado en su autoimagen y su autoestima pudieron llevarla a su actual estado. Sin embargo, si quisiéramos ayudarla a salir de esa enfermedad, pocos de nosotros sabríamos cómo hacerlo, pues en psicología las cosas nunca son tan sencillas como parecen.
Si atrapé tu atención, déjame mostrarte algunas curiosidades relacionadas con autoconcepto y autoestima y permíteme ir un paso más allá de la teoría para comenzar a explorar cómo influyen en la forma que nos comportamos, además de estar en un continuo proceso de reestructuración y cambio en función de situaciones y circunstancias vividas cada día.
Autoconcepto expresa el modo en que cada persona se representa y reconoce así misma (lo que pienso de mí), mientras que la autoestima se relacionaría con la forma en que esa persona se valora a sí misma (si me gusta como soy).
El autoconcepto engloba otros cuatro componentes (autoconcepto académico, el social, el personal y el físico) que son el resultado de la acumulación de autopercepciones obtenidas a partir de mis experiencias vividas en cada una de esas áreas. Técnicamente hablando, lo ideal es tener un autoconcepto positivo y equilibrado. Así, si en mi autoconcepto global están influyendo excesivamente mi autoconcepto físico y mi autoconcepto académico, por ejemplo, es muy probable que mi conducta se vuelva peligrosamente dependiente y orientada a tener un peso bajo y unas notas excelentes.
Tal vez esto no te parezca tan mala idea, pero imagina ¿qué ocurriría si por accidente los resultados no fueran tan buenos como los esperados? O, aún peor… ¿Qué pasaría si te convirtieras en una persona extremadamente buena en estas tareas?
Cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, lo hacemos a través de los atributos que conforman nuestro autoconcepto. Este, como hemos mencionado, surge de la acumulación de autopercepciones derivadas de nuestras vivencias y experiencias. Sin embargo, en la práctica, al describirnos, no adoptamos un enfoque objetivo o científico. Más bien, al seleccionar esos atributos, solemos dejarnos influir por nuestras emociones, las cuales tienden a dirigir la autoevaluación que realizamos.
La autoestima, por tanto, se construye a partir de ese juicio de auto valía personal y subjetiva que hacemos de nosotros mismos. En otras palabras, para la autoestima, no es tan relevante cuáles son nuestras características personales verdaderas, sino cómo nos sentimos respecto a ellas. Puedo ser percibido por los demás como alguien muy válido, pero si a mí no me gustan o valoro más otras cualidades que no poseo, mi autoestima estará por los suelos.
Así, tomando a Amalia como ejemplo (la protagonista de la historia con la que introdujimos este artículo), podemos describirla como una joven inteligente, aplicada, tenaz y disciplinada. Para ella, estar bien con sus amigos y familia es de gran importancia, lo que la lleva a ser complaciente en sus relaciones y eficaz en sus obligaciones. Con ello, probablemente intenta mantener una valoración positiva de su entorno. Ahora, imaginemos a Amalia enfrentando una situación de crisis emocional o experimentando la ruptura de una relación. En este contexto, las emociones dolorosas podrían llevarla a evaluarse de manera negativa, enfocándose en atributos que tal vez su estado emocional le haga percibir como defectuosos (por ejemplo, tener una actitud más asertiva) o que son más enfatizados en su entorno social (por ejemplo, si en su familia siempre se le dio importancia a la delgadez). Estas autoevaluaciones emocionales podrían comenzar a enviarle mensajes del tipo: ‘La gente no te acepta porque eres gorda’ o ‘Si no adelgazas, nunca serás nada para nadie’, generando así un diálogo interno perjudicial.
"En resumen, podríamos decir que el autoconcepto se asemeja a nuestro yo racional, mientras que la autoestima es más similar a nuestro yo emocional. Sin embargo, lo realmente interesante no es tanto lo que son por separado, sino cómo se relacionan entre sí. Está bastante claro que, a medida que pasan los años, vamos formando un autoconcepto cada vez más estable y con una mayor capacidad para dirigir nuestra conducta. Por otro lado, podríamos considerar que la autoestima sana es la que contribuye al buen funcionamiento psicológico. Entonces, cómo podríamos ayudarnos a tener un autoconcepto más sólido y definido y una autoestima.
Lo sano y deseable es cuando lo que pensamos, sentimos y hacemos acerca de nosotros mismos contribuye a nuestro bienestar psicológico. Durante la infancia, lo que las personas importantes para nosotros nos hacen ver o nos dicen tiene mucha influencia. Por eso, es crucial ayudar a nuestros hijos a adoptar una actitud de autoaceptación incondicional des de temprana edad.
Esto no significa que debamos fomentar en nuestros hijos un gran autoconcepto o una autoestima elevada. Al contrario, sabemos que esto muchas veces se asocia a formas** de comportamiento insanas **como el egoísmo, el narcisismo y la violencia. Incluso una baja autoestima moderada puede tener aspectos positivos, al fomentar actitudes de autoprotección como ser más cauto, más modesto ya que favorecen una mejor adaptación. Por otra parte, cuando se asocia a ciertos problemas, como el fracaso escolar, la baja autoestima parece ser el resultado y no la causa.
Con toda esta información podríamos hacer algunas recomendaciones basadas en la evidencia como, por ejemplo:
No dudes en pedir cita con un psicólogo. También puedes consultar nuestra completa guía: Aprovechar el poder del desarrollo personal para mejorar el bienestar emocional.
La publicación del presente artículo en el Sitio Web de Doctoralia se hace bajo autorización expresa por parte del autor. Todos los contenidos del sitio web se encuentran debidamente protegidos por la normativa de propiedad intelectual e industrial.
El Sitio Web de Doctoralia Internet S.L. no contiene consejos médicos. El contenido de esta página y de los textos, gráficos, imágenes y otro material han sido creados únicamente con propósitos informativos, y no para sustituir consejos, diagnósticos o tratamientos médicos. Ante cualquier duda con respecto a un problema médico consulta con un especialista.