Al contrario que hace décadas, en España ya es frecuente oír hablar de altas capacidades en la población infanto-juvenil, especialmente a través del papel jugado por las instituciones académicas, donde la inteligencia y las capacidades del alumno juegan un papel fundamental en el rendimiento académico.
Sin embargo, el foco de atención dirigido a niños, niñas y adolescentes ha obviado a una parte importante de la ecuación: la adultez, una etapa de nuestro ciclo vital que no suele recibir la atención que merece en la evaluación de las altas capacidades, posiblemente por entenderse que el adulto dispone de recursos psicológicos y económicos como para hacer frente a la problemática derivada de este rasgo.
Este problema, más grave de lo que pueda parecer, termina por ocasionar que la persona adulta carezca de un diagnóstico temprano de un rasgo de personalidad, generando con mayor frecuencia falta de autoestima, sentimientos de soledad y una intensa sensación de incomprensión general por su modo único de interpretar la realidad.
Las altas capacidades son un rasgo de personalidad, un conjunto de características que se poseen por parte de algunos seres humanos desde el nacimiento y que permiten interpretar el mundo de manera diferente a otras personas que no disponen de tal rasgo. En dicho sentido, algunas características son las siguientes:
Los lectores interesados pueden acudir a la reciente obra de Siaud-Facchin (2021) ‘Demasiado inteligente para ser feliz’, con objeto de recabar mayor información al respecto.
El adulto con altas capacidades, diagnosticado o no en su infancia o adolescencia, suele ser una persona percibida por los demás como sensible y empática, aunque con algún problema de gestión emocional. Le gusta pasar tiempo en la naturaleza, siendo creativo y viviendo la vida según sus regios principios morales, con gran hiperreactividad emocional. Su perfeccionismo le hace volcarse en determinadas áreas de interés (trabajo, estudios…) donde procura cumplir las expectativas marcadas por sí mismo o su entorno. En dicho proceso, gasta ingentes cantidades de tiempo en procurar no cometer errores que, en caso de producirse, le hacen generar una enorme autocrítica y frustración.
A menudo los adultos con altas capacidades suelen ostentar puestos jerárquicos de alto nivel, aunque no tiene por qué cumplirse en todos los casos, prefiriendo el trabajo autónomo que el trabajo en equipo. Generalmente sienten que su opinión personal o profesional no es bien comprendida por los demás, tendiendo a percibir sentimientos de soledad o desconexión social, con independencia de ser una persona introvertida o extrovertida. Esto no suele ocurrir cuando el interlocutor es otra persona con el mismo rasgo o un nivel intelectual.
En general, tienen mayor tendencia a la baja autoestima, a la ansiedad, el estrés y a sentimientos depresivos de diferente gravedad, necesitando ayuda terapéutica ante trastornos o problemas relacionados con dicho rasgo.
El adulto con altas capacidades merece una atención específica por parte del resto de la población en general y los profesionales de la psicología y psiquiatría en particular, atendiendo a sus necesidades personales y la forma de interpretar la realidad.
Tradicionalmente, el foco de atención se ha dirigido a la evaluación del rasgo en la población infanto-juvenil, sin atender debidamente a la población adulta. Solventar esta problemática, en unión a la necesidad de mayor formación en la materia y pruebas validadas centradas en diversos tipos de inteligencia, podría ocasionar que en el futuro existieran profesionales mejor preparados para evitar el infradiagnóstico del adulto con altas capacidades y su posterior olvido, potenciando la mejora de su salud psicosocial. Pide cita con un psicólogo para que pueda resolver tus dudas y ayudarte con lo que necesites.
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