
El cáncer de mama afecta a una de cada ocho mujeres de la población general y es el cáncer femenino más frecuente. Todos los tratamientos enfocados a su manejo han experimentado un cambio importante en los últimos años, tanto los tratamientos que se dan antes o después de la cirugía (neoadyuvantes y adyuvantes). Algunos ejemplos son la quimioterapia e inmunoterapia dirigida específica para cada tipo de tumor, o radioterapia menos agresiva con los mismos beneficios en el control locorregional de la enfermedad, pero con menores tasas de toxicidad local.
Paralelamente, el tratamiento quirúrgico ha avanzado de manera importante en las últimas décadas, pasando de cirugías radicales y mutilantes con importantes secuelas cicatriciales y cosméticas, a cirugías cada vez menos radicales que nos ayudan a minimizar las secuelas dolorosas y cosméticas, sin repercutir en el control locorregional de la enfermedad y sin afectar a las tasas de supervivencia a largo plazo. Asimismo, está demostrado también que la reconstrucción inmediata, es decir, durante el mismo acto oncológico, no afecta al la evolución de la enfermedad, mejora la tolerancia a tratamientos posteriores y tiene un impacto importante en la esfera psicológica de nuestras pacientes.
Los cirujanos plásticos que hemos tenido la suerte de formarnos con una visión holística de la enfermedad, tratando tanto la parte oncológica como la reconstructiva, somos capaces de aplicar las técnicas de reconstrucción mamaria más adecuadas para cada paciente, teniendo en cuenta sus deseos, las características anatómicas propias y los tratamientos que debe seguir antes y después de la cirugía.
Es importante incidir en que la reconstrucción mamaria no tiene sólo un papel puramente cosmético, sino que también ayuda a soportar las secuelas cicatriciales y muchas veces rádicales, con las que deben convivir nuestras pacientes el resto de su vida una vez libres de enfermedad.
El papel del cirujano plástico, en un comité multidisciplinar de tumores convencional, se basa en evaluar cada caso de manera individualizada y, exceptuando casos concretos, teniendo en cuenta la relación tumor-mama sana, aplica las técnicas de remodelación mamaria que permiten extirpar el tejido neoplásico y rehacer una mama nueva con el resto de mama sana.
Esto es lo que conocemos como cirugía conservadora de mama, y es lo que siempre debemos intentar conseguir para nuestras pacientes ya que la preservación del tejido mamario permite conservar la sensibilidad en la mayor parte de los casos y conseguimos la mayor proporción de simetría con respecto a la mama sana, la misma densidad de tejido y unos cambios evolutivos temporales más predecibles. Es muy común que la mama sana se intervenga al mismo tiempo para conseguir una asimetría inicial y predecible con el tiempo, además, de permitir a las pacientes usar un sujetador y vestirse con dignidad e higiene.
Las pacientes que se someten a este tipo de intervención pueden ser susceptibles (una vez pasado el margen de tiempo prudente tras finalizar la obligada radioterapia posterior a la cirugía conservadora) de ser intervenidas de secuelas cicatriciales y de eventuales asimetrías o defectos de volumen, consecuencia mayormente de la radioterapia adyuvante, mediante injertos de grasa en la mama intervenida, lo cual mejora la elasticidad y disminuye las secuelas rádicas; o bien reduciendo o elevando la mama sana contralateral.
En las pacientes que obligadamente deben ser sometidas a mastectomía, los tratamientos adyuvantes, especialmente la radioterapia, condicionan nuestro papel reconstructivo. El gold-standard (es decir, el mejor tratamiento que podemos ofrecer) para la reconstrucción mamaria integral, especialmente en pacientes candidatas a radioterapia posterior, es la técnica DIEP.
Se basa en trasplantar el tejido del abdomen (el que normalmente se extirpa en una abdominoplastia) mediante técnicas de microcirugía, empalmando arterias y venas microscópicas que nutren al colgajo de vasos sanos del tórax, permitiendo unas características de tejido muy similares a los de una mama sana. De esta forma resiste mucho mejor los efectos secundarios locales de la radioterapia.
Otras técnicas de segunda elección para pacientes candidatas a reconstrucción con tejido propio (autóloga) son la reconstrucción con colgajos de la cara interna del muslo (PAP), de la zona lumbar (LAP) o de la zona glútea (SGAP o IGAP) o la combinación de técnicas clásicas como el colgajo de dorsal ancho con injertos de grasa.
En pacientes que no precisen de radioterapia posterior o en pacientes que se someten a mastectomía de manera profiláctica, debido a mutaciones que predisponen a una mayor tasa de cáncer de mama familiar, la reconstrucción con implantes es una magnífica elección, con la cual obtenemos muy buenos resultados cosméticos, suponiendo muy poco tiempo quirúrgico y evitando la morbilidad de sacrificar una zona donante.
En estas pacientes solemos utilizar implantes específicos, normalmente con forma anatómica y con superficiales fabricadas con material que previene en gran medida la contractura capsular, algo muy frecuente en reconstrucción mamaria, como lo es la espuma de micropoliuretano.
Estas pacientes, tras un tiempo prudente después de finalizar el proceso oncológico, son también susceptibles de cirugías secundarias para mejorar pequeñas asimetrías o secuelas dolorosas, utilizando técnicas parecidas a las que usamos en cirugía conservadora, como los injertos de grasa o los retoques de cicatrices.
Una vez que conseguimos un buen resultado, entra la reconstrucción del complejo areola-pezón. Bien con tejido propio o protésico y la posterior micropigmentación o tatuaje consigue resultados armoniosos y completamente naturales que muchas veces dificultan el reconocer cuál es la mama tratada en seguimientos posteriores.
En definitiva, el papel del cirujano plástico es fundamental en la reconstrucción mamaria y en el tratamiento de las secuelas posteriores a cualquier cirugía conservadora, incluso aquellas que se han tratado inicialmente por otros especialistas. Es muy importante, además, que los pacientes sean tratados por médicos competentes y con una formación adecuada que implique un correcto conocimiento de la enfermedad.
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