Atendiendo a la definición que muestran los manuales diagnósticos DSM y CIE, cada vez más en desuso en varios países europeos como Reino Unido o Bélgica; la esquizofrenia es una categoría diagnóstica dentro de las psicosis. De hecho, es la categoría de psicosis más habitual y representativa de todas.
Se caracteriza por:
Afecta al 1% de la población occidental. En España, el INE contabiliza una tasa del 2,18% de la población con alguno de los diagnósticos posibles (esquizofrenia y paranoia, esquizotipia, delirantes y esquizoafectivos). Siendo más frecuente en hombres (3,30%) que en mujeres (1,40%). Pero en realidad, podemos calificar las alucinaciones y delirios como un fenómeno natural dentro de la experiencia humana. Se ha llegado a recoger que entre un 10% y 20% de la población general ha tenido alguna experiencia alucinatoria. Tenemos que ser conscientes de que existen creencias normalizadas por parte de la población general que el resto puede llegar a considerar raras o paranoides.
Además, es el diagnóstico más estigmatizado, no solo en la población general sino también dentro de los profesionales de la salud mental (Valery y Proteau, 2020).
Se tiende a pensar que son personas agresivas, cuando en realidad puede ser tan agresivo como cualquier otro ciudadano. Parafraseando al doctor Fonseca, se puede ver más agresividad en un estadio de fútbol que en una unidad de ingreso psiquiátrico.
El propio diagnóstico afecta en primera instancia a la familia y a la propia persona a nivel de estigmatización; es decir, concebirse como un enfermo, diferente, sin derecho a decidir, sin poder vivir una vida normal, etc. Por lo que la etiqueta diagnóstica puede llegar a dar más problemas que soluciones, siendo necesario un trabajo de despatologización (Salgado y Mateos, 2021).
Desde los abordajes del siglo XX se ha concebido la esquizofrenia y el resto de psicosis como una enfermedad mental con causas en el cerebro o en la genética. Sin embargo, a día de hoy no se ha hallado evidencia alguna de un marcador genético, biológico o neurológico que explique la causa de la esquizofrenia.
Aun así, siguen existiendo creencias y mitos de que los “trastornos mentales” son enfermedades genéticas o neurológicas incluso dentro del ámbito profesional (Bentall, 2009). Al final, buscar las causas en el cerebro y en la genética dan lugar a explicaciones reduccionistas.
En realidad, cualquier problema psicológico (incluido los episodios psicóticos) son respuestas ante un determinado contexto que se han generado a lo largo de una historia de aprendizaje conforme los seres humanos vamos interaccionando con dicho contexto. En definitiva, conducta y contexto son inseparables y no podemos explicar una conducta (ya sea un delirio) si ignoramos el contexto en el que se produce.
Los abordajes en psicosis y esquizofrenia del siglo pasado son múltiples, inconexos y contradictorios entre sí. Muchos de ellos se recogieron en los manuales diagnósticos atendiendo a intereses de diversa índole: social y sanitario; pero también personales y económicos. De hecho, en estos últimos años estamos experimentando un cambio de modelo en el abordaje de la esquizofrenia. Se está pasando de un modelo biomédico centrado en la eliminación de síntomas y en la medicación farmacológica, a un modelo fenomenológico y contextual centrado en la persona y en cambiar la relación que tienen con sus síntomas.
Más allá de los criterios diagnósticos, y desde una perspectiva funcional y fenomenológica; las alucinaciones auditivas y los delirios emergen de la hiperreflexividad. Esto se conoce como el proceso de dar vueltas de forma muy persistente a un reducido abanico de pensamientos con los que la persona se “engancha”; generando una estrecha fusión (y por lo tanto confusión) de la persona que percibe, con el contenido a percibir (los pensamientos y sensaciones).
Las alucinaciones serían el resultado de esta conducta de hiperreflexividad; mantenidas tanto por la creencia de que son “voces” como por la inercia a evitarlas de alguna forma. La evitación por parte de la persona es lo que podría llevar a que las “voces” se traten de forma invasiva. Además, al adoptar una estrategia dirigida a eliminar o apartar las voces (ya sea por parte de la persona o por parte del profesional) estas volverán con más frecuencia y de forma más aversiva. Ya que, comprobar si las voces se están dando ahora o no, lleva paradójicamente a pensar en ello y, por tanto, a que aparezcan.
Además, el patrón de lucha trae consigo otra consecuencia no menos importante; la cual consiste en que cuando la persona lucha cada vez con más frecuencia contra algo que sigue estando presente una y otra vez, deja de invertir el esfuerzo y el tiempo en otras conductas y, por tanto, en conectarse al mundo (relaciones sociales, ocio, autocuidado, trabajo, etc…). En otras palabras, también se aleja de los demás y se encierra en un espectro muy limitado de la vida; los pensamientos percibidos como voces como si fuese lo único (Salgado y Mateos, 2021). En resumen, escuchar voces o delirar son respuestas a un contexto determinado y propio.
En cuanto a los tratamientos, son diversas las terapias que empiezan a dar resultados prometedores en la dirección de que la persona vuelva a recuperar una vida plena y con significado.
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