Desde el siglo XIX, con la aparición del Romanticismo, el concepto de pareja cambió. Así lo afirma, Nathaniel Branden, psicoterapeuta canadiense, en su libro, “La psicología del amor romántico”. En la actualidad, las parejas no se forman sólo con el objetivo de tener una familia, sino también por amor. Hasta entonces, los matrimonios solían ser por conveniencia. De hecho, en libros como Romeo y Julieta o la Celestina, se incitaba a no quedar cegado por el enamoramiento, y a pensar con raciocinio en el amor, puesto que se consideraba el enamoramiento como un estado de “enajenación transitoria”, donde no veíamos con objetividad a la pareja, sino de forma idealizada.
¿Cómo ha repercutido esto en el divorcio? Una idea errónea para medir la satisfacción en la pareja es valorar la relación en función de si existe o no enamoramiento, obviando la construcción del vínculo amoroso. Es decir, creer que con el amor es suficiente, y que no hay que trabajar la relación.
En España, en el año 2021, aumentó un 12,5% el número de divorcios. Hubo un total de 86851 divorcios. Datos que son muy significativos.
El divorcio es una realidad que no sólo tiene implicaciones emocionales y económicas, sino también tiene repercusiones a nivel social. A nivel micro social, el divorcio produce una ruptura y transformación familiar, que conlleva la formación de familias reconstruidas y de tipo monoparental. Además, es un indicador del incremento de tensiones, ambivalencias y desigualdad en la pareja, así como del cambio de expectativas sobre el matrimonio, disminuyendo el número de matrimonios que se forman, incrementando la edad a la hora de contraerlo y la postergación de la maternidad.
En la actualidad, se incrementa en los colectivos con mayor nivel educativo, solicitado generalmente por la mujer y se incrementa en las parejas con más de diez años de duración. Uno de los motivos principales por los que las mujeres toman la determinación de divorciarse, es porque sienten que no hay un equilibrio en la relación. La reciprocidad y el equilibrio son fundamentales para que dure la pareja. Esto es primordial, en el concepto de la construcción del vínculo amoroso. Puesto que la pareja no funciona sola por sí misma de forma automática, sino que se trabaja y se cuida.
Las señales que anuncian que pueden separarse los miembros de la pareja suelen ser:
Se suele producir en tres momentos:
Tener una idea realista de las relaciones. ¿Se está cuidando la relación lo suficiente?, ¿hemos hablado de los problemas que tenemos, buscado soluciones o alternativas, y expresado a nuestra pareja el malestar y el deseo de cambio? Hay personas que no dicen qué les pasa y lo dejan directamente, sin expresar su malestar en la relación. Esto no es justo para el otro miembro de la pareja.
Para mantener una relación es necesario corazón y cabeza. No sólo corazón. El amor es un ingrediente que tiene que estar, pero no es suficiente. Muchas personas creen que cuando finaliza la fase de enamoramiento, tienen que cambiar de pareja. Desconocen o no aceptan que es una fase que se transforma, en el vínculo amoroso, y aquí es donde viene el reto de la relación. En conocer y aceptar al otro con sus defectos y virtudes, y valorar si los defectos se pueden tolerar, cambiar, o no se quieren modificar, y, por lo tanto, esto nos lleva a la ruptura.
Una vez que se ha identificado el malestar, nos preguntamos, ¿Están los dos miembros de la pareja implicados en solucionarlo? Puede que haya un desequilibrio en el intento de solución y un miembro de la pareja ponga más energía que el otro. En este caso hay una descompensación, y un agotamiento emocional. Si no pueden por ellos mismos resolver los conflictos, una alternativa podría ser acudir a terapia de pareja.
Vamos a suponer que los dos miembros de la pareja intentan resolver sus diferencias, o en última instancia acuden a terapia, pero estos intentos no dan su fruto. ¿Es positivo plantearse la separación? Sería conveniente planteársela.
La separación no disuelve el vínculo matrimonial, y por lo tanto la pareja sigue casada. Es generalmente el primer paso. Por el contrario, el divorcio sí que disuelve este vínculo y los integrantes de la pareja pueden volver a casarse entre sí o con otras personas.
La nueva vinculación significa darle otro lugar a la ex pareja y una buena coordinación, en el caso de que tengan hijos. Esto conlleva llegar a negociaciones para cubrir las necesidades de los hijos y que se ponga a prueba la madurez emocional de los padres.
No tomar decisiones precipitadas y más cuando las emociones negativas son muy elevadas. No precipitarse en la separación, a causa de una mala gestión emocional o de un acontecimiento que lo precipite.
Revisar la situación económica, y sobre todo garantizar la estabilidad económica de los hijos y de los miembros de la pareja.
Ser honestos con los hijos acerca de la separación o divorcio. No hablar mal del otro miembro de la pareja y no posicionar a los hijos en contra.
Manejar las emociones que se sienten, compartiéndolas con amigos, familiares o con un psicólogo. Es un momento vital donde las personas suelen necesitar terapia.
Trabajar los problemas de autoestima, carencias personales, o conductas negativas que hacen que se den situaciones complicadas, como la necesidad de dominar, controlar, despreciar o manipular la custodia de los hijos, o el bienestar emocional de estos o del otro miembro de la pareja.
Asumir la responsabilidad propia dentro de la ruptura y no hacer cargo o responsable de todo a un miembro de la pareja. Ser maduro y saber responsabilizarse de sus propios actos y de las consecuencias que estos tienen.
Por lo tanto, el proceso de separación o divorcio supone todo un reto o desafío para poner a prueba la madurez y la gestión emocional. Por ello, es recomendable, que, si no se cuentan con herramientas suficientes, o no se pueden gestionar bien las emociones por uno mismo, se pida ayuda de un psicólogo. Además si quieres saber cómo afrontar tu nueva vida tras el divorcio consulta nuestra completa guía.
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