Se estima que un tercio de la población arrastra “problemas escolares”. Esta proporción parece persistir en el tiempo y en diferentes contextos nacionales.
La Encuesta de Población Activa cifra el abandono escolar temprano en un 14% y el fracaso escolar ronda el 80% en España, según el Ministerio de Educación y Formación Profesional.
Sin duda, son datos preocupantes y desde luego, requieren una revisión del sistema educativo, cada vez más abiertamente tachado de obsoleto e ineficiente. Pero no vamos a hablar de eso aquí.
Aisha vino a Valencia con su familia con apenas 9 años. Antes había estado viviendo en un pequeño pueblo del sur de Francia, tras abandonar Marruecos, su país de origen.
Cuando llegó a España no sabía hablar castellano, por lo que tuvo que enfrentarse otra vez a la dura barrera del idioma. Si bien le proporcionaron clases de apoyo, junto a otros estudiantes con necesidades especiales de idioma, no entendía casi nada en clase.
Le volvió a pasar que cuando llegó al colegio, las clases ya estaban empezadas y los grupos de amigos formados.
Además en casa, sus padres, practicantes de la religión musulmana, establecían grandes diferencias con sus hermanos varones, dándole más libertad y privilegios que a ella. Por ejemplo, Aisha no podía ponerse ropa corta, como el resto de niñas, o no podía ir a excursiones organizadas, como sí lo hacían sus hermanos.
Hacía poco que las cosas se habían complicado aún más, ya que algunas compañeras se habían burlado de su color oscuro de piel. Esto le daba vergüenza y no se atrevió a contárselo a nadie, mucho menos a sus padres, con los que no tenía demasiada comunicación.
El caso de Antonio, de 7 años, es diferente. Él vive en un barrio en las afueras de Madrid. Tiene un problema de audición no muy grave. Usa audífonos, pero aún así no puede captar todo lo que se dice en clase. Esto afecta a su capacidad para entender las tareas que asignan los profesores.
También se tiene que enfrentar a desafíos diarios en la relación con sus compañeros. Le dicen que hace gestos raros y que parece “mariquita”. Él no entiende qué significa todo eso, pero sufre con las burlas.
Además, en su casa se vive una situación de maltrato físico y psicológico por parte de su padre alcohólico. Antonio sufre mucho al ver a su madre deprimida. Lo último que se le ocurre es contarle sus problemas.
Tanto el caso de Aisha como de Antonio son ficticios, pero no distan mucho de la realidad que viven muchos escolares.
Veamos cuáles son algunos de los motivos más importantes que provocan esta situación de vulnerabilidad:
Volviendo a la situación de Aisha y de Antonio, ambos se encuentran tristes, discriminados, aislados y sobre todo diferentes: lo último que quiere experimentar un niño o niña.
Ninguno de ellos puede atender en clase y concentrarse les resulta imposible. Quizás el rendimiento escolar es el menor de sus problemas. Además en sus casas les dicen a ambos que “son muy inteligentes, pero perezosos”.
En muchas ocasiones se ha acusado a los alumnos que fracasan como “vagos”, lo cual no deja de tener una interpretación interesante, ya que el origen etimológico de la palabra “pereza” tiene que ver con la falta de motivación. Cabría aquí preguntarse de dónde viene tal falta de ilusión, que no deja de ser el motor que nos impulsa en la vida. Y es que encontrar la motivación es difícil cuando lo que domina es el miedo, la tristeza y la falta de apoyo en el propio hogar y en el sistema educativo.
En una sociedad abrumada por el exceso de información las cifras del fracaso escolar son alarmantes y nos deberían hacer reflexionar.
Si bien el perfil de los jóvenes con fracaso escolar se sigue asociando a minorías étnicas, desventajas sociales y pobreza, lo cierto es que también fracasan con frecuencia jóvenes pertenecientes a familias bien posicionadas.
Habitualmente el debate sobre las causas del fracaso escolar ha girado en torno a los sistemas educativos. Pero lo cierto es que nos encontramos ante un fenómeno que ha existido siempre y no es sencillo de entender, ya que hay muchos factores subyacentes que no se pueden detectar a primera vista. Está claro que el fracaso escolar tiene un origen multicausal, viéndose afectado por las condiciones familiares, por aspectos económicos, socioculturales y por el propio sistema educativo.
Pero sin duda, la influencia de los padres y la dinámica familiar es un factor clave en el rendimiento escolar, por no decir el más importante, ya que cuando las condiciones en el hogar no son adecuadas la autoestima del niño se ve dañada, dejando de disponer de la vitalidad necesaria para rendir de forma óptima.
El debate además de centrarse en la política educativa que dé respuesta a las necesidades de los alumnos, debería empezar a centrarse en la mejora de la salud mental y emocional de los padres, ya que este es uno de los factores que más influyen en la autoestima del niño.
Todo esto puede por fin dar un giro a los datos sobre el por supuesto el rendimiento escolar. Ya es hora de que la sociedad deje de achacar este problema a la falta de esfuerzo por parte de los alumnos y que tomemos más en serio la salud mental y emocional de los jóvenes. Puedes hablar con un psicólogo si tienes dudas acerca del fracaso escolar. También puedes consultar nuestra guía sobre: el impacto del fracaso escolar en los niños.
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