Artículos 26 septiembre 2023

Duelo en niños y adolescentes: signos, síntomas y apoyo

Fuensanta Rodríguez Muñoz Psicólogo, Psicólogo infantil
Fuensanta Rodríguez Muñoz
Psicólogo, Psicólogo infantil

La muerte forma parte de la vida. Ser capaz de comprender la muerte, de atravesar las etapas del duelo de manera sana y seguir viviendo con eficacia es esencial para el bienestar del niño y de los adultos que le rodean.

Resulta muy habitual pensar que los niños pequeños no deben enterarse de las muertes porque no están preparados, les va a afectar muy negativamente o no van a comprender lo que ocurre.

El exceso de protección es un factor de riesgo para la construcción de su desarrollo emocional; no debemos subestimar a los niños. Ellos se dan cuenta de todo lo que les rodea, y si perciben algo extraño y nadie les informa de lo que sucede, recurren a su propia especulación y fantasía, aumentando su miedo, angustia y confusión.

Cuando nos encontramos ante la muerte de un familiar, una enfermedad incurable, o una separación, hemos de explicarlo a los niños y adolescentes de una manera sencilla, natural, haciéndoles saber que cuentan con nuestro afecto y apoyo, que estamos a su lado y les permitiremos expresar su dolor. Es sano y necesario expresar el dolor. Se puede usar diferentes técnicas para facilitar esta expresión emocional, el dibujo es una excelente herramienta para hacerlo, así como la escritura de cartas o poemas, si son más mayores.

La intervención en duelo durante la infancia y la adolescencia se realiza de una manera muy diferente a la que puede realizarse durante las etapas adultas. La intensidad, la forma de comunicarlo y los procesos de interiorización determinarán en buena medida la adaptación y reinserción social de los mismos y la posibilidad de integración de la pérdida dentro de sus vidas.

Diferencias evolutivas en la elaboración del duelo

El modo en que los niños se enfrentan a la muerte depende de su nivel de desarrollo, no tanto de su edad. El niño tiende a pensar que el fallecido está, en otro lugar lejano, y alimenta esperanzas de que vuelva. Realmente, el niño no teme a la muerte, teme al abandono, al desamparo completo, a la desaparición de los adultos que le quieren y le protegen.

  • A los 5 años la idea de muerte es muy limitada, y el hecho de que ésta ocurra o se mencione su concepto no supone una emoción intensa, ni positiva ni negativa. Los niños en esta edad sienten sobre lo que sucede en el momento y lo que ellos pueden ver o percibir, como la separación o la ausencia de una persona importante, la tristeza de los otros, etc.
  • Entre los 6 y los 8 años, los niños comienzan a entender que la muerte es irreversible y universal, o sea que todas las cosas que están vivas inevitablemente tienen que morir. También comprenden que todas las funciones de la vida terminan con la muerte. Durante esta etapa, el niño busca reafirmar su conocimiento objetivo y vuelca sus esfuerzos al entendimiento de las pautas de su cultura. En este sentido, los códigos de significación cultural constituyen una buena base para la elaboración más acabada del concepto de muerte. Las explicaciones fantásticas ya no le son funcionales, pasando de un razonamiento mágico a un pensamiento materialista positivo. Aún más, la muerte adquiere en estas edades una connotación emocional mucho más intensa para el niño, que comienza a temer la muerte de sus seres queridos. El hecho de morir se tiñe en su mente con las ansiedades de su cultura, y pese a no tener conciencia de la posibilidad objetiva de morir, sí reconoce a la muerte como una clara experiencia humana.
  • A la edad de 9-11 años acepta que todos moriremos y asimila con todo realismo el hecho de tener que morir más adelante. La muerte es vista como un suceso inevitable para todos y es asociada al cese de las actividades físicas. Son capaces de pensar en la muerte propia si viven algún suceso de muerte en otros niños, su preocupación se dirige principalmente a la muerte de sus padres o adultos cercanos. En este proceso de asimilación, los sucesos que ocurran pueden influir positiva o negativamente.

Síntomas

Un niño sólo requiere expresar sus emociones, sus temores, sus inquietudes; requiere de un adulto capaz de escucharlo y saber explicar con palabras simples y sensibles qué es lo que ocurre, sin mentiras. Las reacciones emotivas del niño ante la muerte son parecidas a las de los adultos, aunque se expresen de forma diversa. Las más comunes son:

  • Tristeza por cuanto ha sucedido.
  • Rabia por haber sido abandonados.
  • Miedo de ser dejados solos.
  • Temor de que también pueda morir el progenitor superviviente.
  • Sentimiento de culpa por haber causado la muerte.

Reacciones del duelo en niños

  • Negación: el niño niega que la muerte haya ocurrido y parece que ésta no le ha afectado. Normalmente esto significa que la pérdida ha sido demasiado grande para él y que sigue pretendiendo que la persona en cuestión esté viva.
  • Aflicción corporal: la muerte produce en el niño un estado de ansiedad que se expresa en síntomas físicos y/o emocionales.
  • Reacciones hostiles contra el difunto: el niño toma la muerte de una persona o animal como una afrenta personal por parte del difunto, que lo ha abandonado. Se muestra hostil ante él y puede expresar indiferencia con lo sucedido.
  • Reacciones hostiles hacia otros: el niño, generalmente, culpa a otros de la muerte acaecida. Se muestra enfadado con los demás, les responsabiliza de lo sucedido.
  • Sustitución: el niño rápidamente comienza a buscar el afecto de otros con el fin de sustituir la figura del difunto.
  • El niño asume las maneras del difunto, intentando conseguir sus mismas características.
  • Idealización: el niño sobrevalora las cosas buenas del difunto y elimina los recuerdos de sus defectos, llegando incluso a falsear los recuerdos respecto al carácter y la vida real del difunto.
  • Reacciones de ansiedad y de pánico, preocupándose por quién le cuidará en el futuro.
  • Reacciones de culpa: el niño puede pensar que la muerte tiene que ver con que «es malo» o ha tenido mal comportamiento, y elaborar a partir de aquí fantasías de muerte.
niño rubio polo blanco  arboles verdes El exceso de protección es un factor de riesgo para la construcción de su desarrollo emocional.

Preguntas frecuentes sobre el duelo en niños

¿Todos los niños pasan igual el duelo?

No, depende de la edad, del historial de pérdidas previas, de la gente que pueda prestarle apoyo.

¿Cuándo debe volver el niño a la escuela?

Por lo general, una cierta rutina transmite una sensación de que el mundo vuelve a ser ordenado y no amenazante. Es importante respetar el ritmo del duelo infantil y exigir menos durante unas semanas, darse descansos y dárselos al niño. No se debe abandonar la rutina para evitar más cambios importantes en la vida cotidiana (traslados de ciudad, por ejemplo). También es importante avisar a los profesores o cuidadores de lo ocurrido, para que sean tolerantes y pacientes y estén atentos a posibles signos de alarma.

¿Cuáles pueden ser signos de alarma?

Si pierde peso considerablemente o deja de comer. Si se tira del pelo o se autolesiona. Si comienza a sufrir pesadillas recurrentes, sobre todo si están relacionadas con la muerte. Si pasado un tiempo prudencial se muestra retraído y no tiene amigos ni habla con otros niños. Si permanece ausente permanentemente y no parece reaccionar a los estímulos. Si pasados unos meses permanece con arrebatos de rabia ilógicos. Si aparece la enuresis (vuelve a orinarse en la cama) y no remite poco a poco.

¿Los niños se recuperan mejor o peor de un duelo?

La capacidad de recuperación de los niños es mayor, pero son más vulnerables al dolor. Son más flexibles pero pueden sufrir en el proceso por la incomprensión de los acontecimientos. Cuando sucede que un niño vive la muerte de algún familiar, es usual encontrarnos a adultos ocultando la realidad.

Esto se explica por dos motivos principalmente: por sobreprotección, tenemos miedo a que el menor sufra ante la dolorosa verdad y por otro lado, por falta de estrategias de comunicación que nos ayuden a acercarse al menor con seguridad. La muerte duele, tanto a los adultos como a los niños. Si resulta difícil hablar de la muerte con adultos, más difícil aún resulta hacer partícipes de este diálogo a los niños. La ocultación les hace sufrir, puesto que en su mundo interior de pensamientos necesitan una explicación ante lo que sus ojos ven, y cuando no se la damos, la crean. Esto a veces supone vivencias más dolorosas que la propia realidad. El niño silencia ante adultos temerosos ante la muerte para protegerlos, perciben que ocultamos todo lo relacionado con la muerte y transmitimos este tabú.

Debemos evitar ocultar, normalizar la muerte y las emociones que provoca; esto legitima las emociones negativas relacionadas con la muerte, ayudando al niño a integrar la pérdida.

La muerte forma parte de la vida. Nuestra cultura anula esta realidad; muchos dolientes menores se ven privados de información real ante sucesos de muerte porque padres o familiares «bien intencionados» quieren protegerles del dolor. Cuando muere un familiar, se mantiene alejados a los niños, a escondidas de cuánto ha sucedido, se les envía a casa de algún pariente o se les excluye de participar en los ritos de la sepultura.

La exclusión produce confusión sobre el significado de la muerte y la despedida, y hace más problemático el modo de afrontar pérdidas sucesivas.

Un luto grave vivido durante la infancia, según como sea elaborado, tiene serias implicaciones en el desarrollo de la persona. El sufrimiento necesita ser canalizado, cuando no lo hacemos se refleja en forma de signos y síntomas físicos. En los menores los signos son sobre todo comportamentales. Puedes consultar a un psicólogo para que te ayude a gestionar el duelo. Si tienes dudas sobre el duelo puedes consultar nuestra guía: El camino hacia el duelo: una guía para sanar y crecer.

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