El vínculo entre padres e hijos se crea a través de la conducta de apego que el niño establece con la persona que es la principal responsable de su cuidado. Esta relación que se instaura tempranamente, tendrá implicaciones no solo durante la infancia sino también a lo largo de la vida del individuo en el establecimiento de relaciones personales, autocomprensión y estabilidad psicológica (Bowlby, 1989). El estilo de apego que se establezca entre el niño o niña y su cuidador principal, casi siempre la madre, determinará la respuesta emocional del niño o niña.
Los niños y niñas con un estilo de apego seguro muestran confianza en sus padres, los cuales suponen un referente de seguridad y protección al que acudir en busca de apoyo, ya que estos padres suelen actuar de forma predecible y sensible ante las necesidades de su hijo (Ainsworth, Blehar, Waters & Wall, 20014). Las investigaciones señalan que la seguridad en el vínculo tiene efectos positivos en el desarrollo emocional de los niños y niñas, así mismo, cualquier estilo de apego inseguro generará dificultades en la identificación pero sobre todo gestión y regulación emocional de nuestros hijos e hijas (Rafael Guerrero, 2018).
Enseñar a comprender y expresar emociones es una parte esencial en el papel de los padres, una forma apropiada de enseñar a nuestros hijos e hijas a reconocer sus emociones personales es decirles cómo nos sentimos nosotros mismos para que el niño o niña aprenda a identificar e interpretar la expresión de nuestro rostro, postura corporal o el tono e intensidad de la voz, ya que observar las emociones en el otro permite identificar mejor las propias.
El niño o niña no podrá regular sus emociones si previamente no las entiende y su empatía se verá limitada si no reconoce los sentimientos en los demás. Así pues, para reconocer las emociones es esencial ponerles nombre para poder expresarlas y verbalizarlas. Por ejemplo, un niño cuando no puede ver un capítulo de su serie favorita tiene que aprender que está frustrado lo primero para manejar de forma correcta después esa emoción. Nombrar para dominar.
Si la familia se acostumbra a hablar de sentimientos el niño o niña recibirá un aprendizaje emocional importante para su desarrollo social, personal y emocional. De esta forma aumentará su inteligencia emocional. Del mismo modo, cuando el adulto sabe regular su enfado y no grita o habla de forma incorrecta, estaría lanzando un mensaje importante para la regulación emocional de su hijo.
Cuando estamos enfadados, es mejor apartarse del conflicto por un momento, respirar, despejarse y luego hablar con la persona que nos hemos enfadado. Si no hacemos esto, y en su lugar, como adultos, nos dejamos arrastrar por la rabia, haremos que nuestros hijos e hijas no sepan actuar bien cuando se enfadan. El aprendizaje como veis empieza por el adulto primero. Cuando los padres hablan de sus emociones y saben regularlas, sus hijos e hijas tendrán una buena capacidad de identificación y regulación emocional, y por ende su inteligencia emocional aumentará.
Cuando hablamos de inteligencia emocional (IE), nos referimos a la habilidad de entender, usar y administrar nuestras propias emociones en formas que reduzcan el estrés, ayuden a comunicarnos efectivamente, empatizar con otras personas, superar desafíos y aminorar conflictos. Un nivel alto de inteligencia emocional nos permite forjar relaciones sanas y equilibradas dentro de la familia, escuela y trabajo.
Compartir con nuestro hijo o hija nuestras propias vivencias emocionales y reconocer las del niño o niña, mostrando comprensión y empatía, permite aumentar su inteligencia emocional.
Veamos un ejemplo:
Hoy nuestro hijo se ha levantado a regañadientes y no quiere vestirse, nosotros como adultos tenemos prisa porque de no vestirse ahora llegaríamos tarde al colegio y a nuestro trabajo. Aquí es importante reconocer primero la emoción de nuestro hijo, para después expresar la nuestra y proponer una solución a lo que está ocurriendo. Veamos, “cariño entiendo que quieras dormir más y eso te haga sentirte enfadado, pero yo tengo que llegar puntual a mi trabajo, me gustaría que te vistieras para poder llegar a nuestra hora cada uno”. Ante esta frase, puedo que el niño acceda o no, pero sin duda es más probable que lo haga. Como estrategia añadida, podríamos ofrecerle nuestra ayuda, porque igual necesita un poco de atención exclusiva. Veamos, “Si quieres puedo ayudarte, hay días en que a todos nos cuesta mucho hacer las cosas”.
Como vemos en el ejemplo, expresar nuestras emociones e interpretar la de nuestros hijos e hijas les ayuda a confiar en nosotros como padres y madres y aumentar así su inteligencia emocional. A los niños les encanta compartir con sus padres sus vivencias si se sienten escuchados y respetados. Aunque el mejor aprendizaje emocional es la propia vida, los padres tenemos un valioso escenario para poder ir ensayando en competencias emocionales y de vida. No dudes en hablar con un psicólogo si necesitas ayuda. Además puedes consultar nuestra guía con los consejos esenciales para entender la mente de tu hijo.
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