La rosácea es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel muy común, que afecta a personas de mediana edad, más frecuentemente en mujeres de piel y ojos claros.
Existen algunos factores de riesgo que predisponen a padecerla: daño solar crónico, antecedentes familiares, origen del norte o este de Europa, uso prolongado de corticoides tópicos y tendencia espontánea a la rubefacción.
Sus signos y síntomas más característicos son el eritema (fijo o transitorio), los episodios de rubefacción (flushing), las telangiectasias (vasos sanguíneos pequeños y dilatados en la piel), edema, pápulas (bultos) y pústulas (espinillas) similares a las lesiones de acné pero sin presencia de comedones.
Las lesiones de la rosácea son muy variables y se suelen distribuir en la zona central de la cara. Según la clínica predominante, tradicionalmente se han descrito cuatro tipos de rosácea: eritemato-telangiectásica, pápulo-pustulosa, fimatosa y ocular. A estas cuatro clases, se han añadido dos nuevas tipologías: la rosácea granulomatosa (pioderma facial) y la rosácea fulminante (fulminans).
A continuación vamos a detallar algunas características propias de cada tipo de rosácea.
El síntoma más característico son los episodios de rubefacción o enrojecimiento facial que duran más de 10 minutos y que pueden estar precipitados por factores alimentarios (alcohol, algunos alimentos picantes, tomates, cítricos, etc.), emocionales, climáticos (exposición solar, cambios de temperatura), estrés o cosméticos, así como ciertos fármacos, causas relacionadas con el estado de salud, el ejercicio físico o el contacto con algunas sustancias irritantes.
Este enrojecimiento puede ser persistente (la piel está rosada permanentemente) y/o exacerbarse periódicamente. Otros síntomas característicos son las telangiectasias y el edema en las regiones centrales del rostro: nariz, mejillas, mentón, frente y entrecejo, así como la tendencia a la descamación, picor y quemazón de la piel, con múltiples problemas para tolerar cremas y cosméticos habituales. Este tipo de rosácea es el que más negativamente afecta a la calidad de vida de los afectados, y el más difícil de controlar.
Este se considera el tipo de rosácea clásico por ser la más frecuente, sobre todo en mujeres de mediana edad. Se caracteriza por la presencia de pápulas y pústulas en la región central de la cara y alrededor de la boca, la nariz y los ojos. A veces puede confundirse con el acné de la mujer adulta, de origen hormonal, pero a diferencia de éste, en la rosácea pustulosa no encontramos comedones (puntos negros y blancos). El enrojecimiento facial también está presente y el eritema y la inflamación persistentes pueden conducir a un edema facial blando de días de duración o, en algunos casos, a edema duro centrofacial doloroso, que suele iniciarse en la zona periorbitaria y que se denomina enfermedad de Morbihan. Las telangiectasias y los episodios de rubefacción transitorios son menos frecuentes.
Esta variante de rosácea es la única que aparece más frecuentemente en varones. Aquí lo que predominan son las pápulas, nódulos, engrosamiento de la piel y los poros dilatados y taponados por sebo y queratina. Las telangiectasias son frecuentes, así como signos típicos de las dos variantes descritas anteriormente; de hecho es posible que esta tipología sea el resultado de la evolución, a lo largo de los años, de una forma de rosácea eritemato-telangiectásica o clásica (pápulo-pustulosa).
Con más frecuencia involucra la nariz, denominándose rinofima, pero también puede aparecer en la frente (metofima), mentón (gnatofima), oreja (otofima) o párpados (blefarofima).
La rosácea ocular afecta a párpados, conjuntiva y córnea, causando clínica muy variable desde una conjuntivitis, una blefaritis leve o telangiectasias conjuntivales, hasta una afectación corneal con opacidades, úlceras, cicatrices y pérdida de visión. Los pacientes refieren síntomas como picor, ardor, sensación de cuerpo extraño y visión borrosa. Habitualmente se acompaña de lesiones cutáneas pero éstas no son obligatorias para el diagnóstico. La rosácea ocular está infradiagnosticada o tiende a detectarse tarde y sus manifestaciones clínicas son molestas y difíciles de tratar. Esta variante es especialmente habitual en niños, donde los síntomas oculares a menudo son los únicos que aparecen.
Se caracteriza por la presencia de pápulas o nódulos amarillos, marrones o rojizos alrededor de la boca, los ojos y/o en las mejillas. Como rasgo distintivo, estas lesiones suelen ser menos inflamatorias y hasta en un 15% de los casos se extienden más allá del rostro (orejas, el escote, el cuello, la espalda y el cuero cabelludo), lo que no es habitual en esta enfermedad de la piel. Algunos dermatólogos prefieren considerarla una dermatitis granulomatosa distinta a la rosácea, precisamente porque no suele asociarse a un eritema y las lesiones no suelen encontrarse en la región central del rostro.
Conocida inicialmente como_ pioderma facial_, es la variante más extrema de la enfermedad. Aunque es poco frecuente, se considera grave porque aparece de forma súbita y con lesiones muy inflamatorias con un riesgo muy alto de dejar cicatrices residuales. Suele aparecer principalmente en mujeres jóvenes y se manifiesta con la presencia de un gran número de pápulas, pústulas y nódulos que confluyen. Puede empezar como un cuadro de rosácea leve en el mentón, las mejillas y la frente y evolucionar rápidamente hasta afectar todo el rostro.
La clasificación de esta enfermedad de la piel por tipos de rosácea es fundamental, ya que permite un mejor manejo terapéutico. El tratamiento se basa en una combinación de cuidados cosméticos, fármacos tópicos y/o antibióticos orales, además de intentar evitar los factores desencadenantes. En los tipos de rosácea más graves, también puede recurrirse a la isotretinoína oral.
Por otro lado, los láseres (ablativos y no ablativos), la electrocirugía y la fototerapia con luz azul pueden ser una alternativa terapéutica eficaz en ciertas manifestaciones clínicas refractarias al tratamiento médico. En la rosácea ocular, el tratamiento de elección se basa en una correcta higiene ocular y el uso de lágrimas artificiales y, en algunos casos, también pueden ser necesarios antibióticos tópicos u orales.
La rosácea es una enfermedad muy frecuente, en ocasiones de difícil diagnóstico y tratamiento. Conocer los distintos tipos de rosácea es fundamental para un correcto abordaje diagnóstico y terapéutico, que debe individualizarse en cada paciente.
La prevención de la evolución de la enfermedad es otro factor importante a tener en cuenta para evitar agravar los síntomas y dificultar el tratamiento. No dudes en contactar con tu dermatólogo y buscar ayuda profesional para poder tratar la enfermedad de la forma más adecuada.
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