El término “tóxico” se ha utilizado comúnmente para describir actitudes que son perjudiciales para las relaciones. Estos comportamientos, como la manipulación, el control o la falta de empatía, pueden afectar profundamente a las relaciones interpersonales. Sin embargo, etiquetar a una persona como “tóxica” puede ser demasiado simplista, ya que muchas veces estos comportamientos están arraigados en traumas pasados, emociones mal gestionadas o patrones de conducta que la persona no identifica como dañinos.
Un psicólogo puede desempeñar un papel crucial para ayudar a quienes tienen estas actitudes, acompañándolos hacia la autorreflexión y el cambio. En este artículo, vamos a explorar algunas formas clave en las que un psicólogo puede ayudar a una persona a superar estas conductas y mejorar sus relaciones.
La primera etapa en el proceso terapéutico es la toma de conciencia. Muchas personas no reconocen que sus actitudes están afectando negativamente a los demás. Un psicólogo, utilizando un enfoque de terapia integradora, puede combinar diversas técnicas para ayudar a la persona a identificar patrones disfuncionales en su comportamiento, tales como la crítica excesiva o la necesidad de controlar. Esta modalidad flexible permite abordar la experiencia emocional desde múltiples enfoques, proporcionando una mayor comprensión de cómo pensamientos y emociones afectan el comportamiento.
Según Norcross y Goldfried (2005) la efectividad de la terapia integradora al combinar elementos de diferentes enfoques terapéuticos, adaptando las intervenciones a las necesidades del individuo.
“El entrenamiento en la empatía no solo mejora las relaciones, sino que también reduce el estrés y la ansiedad social” (Gilbert, 2009).
Uno de los rasgos más comunes en las personas con actitudes tóxicas es la dificultad para identificar la parte de responsabilidad propia ante el conflicto, empatizar con los demás y comunicar sus emociones de forma adecuada. Un psicólogo puede enseñar habilidades de comunicación asertiva y desarrollar la empatía, utilizando enfoques como la terapia centrada en la compasión (CFT). Aprender a escuchar sin juzgar y expresar las emociones de manera saludable es fundamental para construir relaciones más equilibradas.
Muchas de las actitudes tóxicas tienen su origen en experiencias traumáticas no resueltas, como el abandono o el abuso emocional. Un psicólogo puede utilizar técnicas como la terapia EMDR o la terapia de exposición para trabajar en estos traumas. Al abordar estas heridas emocionales, la persona puede dejar de utilizar comportamientos defensivos, como la manipulación o el control, como mecanismos de protección.
Según Shapiro (2014), el EMDR ha demostrado ser altamente efectivo para tratar traumas y reducir la sintomatología de estrés postraumático, lo que a menudo alivia las conductas defensivas.
Uno de los aspectos que más dificulta el cambio en una persona con actitudes tóxicas es la falta de responsabilidad emocional. Las personas tienden a culpar a los demás por los problemas en sus relaciones. Un psicólogo, utilizando enfoques como la terapia dialéctica-conductual (TDC), puede enseñar a la persona a asumir la responsabilidad de sus emociones y comportamientos, lo que facilita el cambio de patrones tóxicos.
Linehan (1993) destaca que la TDC es efectiva para ayudar a los pacientes a manejar sus emociones y asumir responsabilidades en sus relaciones.
El manejo ineficiente de las emociones como la ira, el miedo o la frustración es un detonante clave en las relaciones tóxicas. Un psicólogo puede enseñar técnicas de regulación emocional como el mindfulness o la reestructuración cognitiva para ayudar a la persona a responder de manera más controlada en situaciones de conflicto.
Kabat-Zinn (1990) demuestra que la práctica de mindfulness mejora la regulación emocional, reduciendo la impulsividad y el estrés.
“Establecer límites es fundamental para proteger nuestro bienestar emocional y para fomentar relaciones respetuosas” (Cloud y Townsend, 1992).
Las personas con actitudes tóxicas suelen tener dificultades para respetar los límites de los demás o para establecer los propios. El psicólogo puede guiar a la persona en el desarrollo de límites sanos, necesarios para mantener relaciones equilibradas y evitar dinámicas de control. Aprender a decir “no” o a aceptar un “no” es esencial en este proceso.
La baja autoestima está frecuentemente asociada a comportamientos tóxicos. Las personas pueden usar el control o la manipulación como una forma de enmascarar inseguridades. Un psicólogo puede trabajar en la reconstrucción de la autoestima a través de técnicas como la terapia cognitiva, desafiando las creencias negativas que la persona tiene sobre sí misma.
Beck (1979) argumenta que mejorar la autoestima puede reducir conductas disfuncionales al fomentar una autoimagen más positiva.
El proceso de ayudar a una persona con actitudes tóxicas no es fácil ni inmediato. Estas conductas están profundamente enraizadas en experiencias y patrones emocionales que requieren tiempo y esfuerzo para ser transformados. Sin embargo, con el apoyo adecuado de un psicólogo, es posible que la persona adquiera las herramientas necesarias para cambiar y desarrollar relaciones más saludables.
Un psicólogo puede ayudar en este proceso a través de la toma de conciencia, el desarrollo de la empatía, el abordaje de traumas y la enseñanza de habilidades clave como la regulación emocional y el establecimiento de límites. De esta manera, no solo se trata de dejar de ser “tóxico”, sino de construir una versión más plena y consciente de uno mismo, mejorando la calidad de las relaciones y del bienestar general.
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