En primer lugar me gustaría detenerme en el primer concepto. La ansiedad es una emoción que todos hemos sentido infinidad de veces ante muchas situaciones. Antes de un examen, en nuestra primera entrevista de trabajo, ante un diagnóstico clínico, cuando son las dos de la mañana y nuestros hijos aún no han llegado a casa, etc.
Las sensaciones que produce son por lo general desagradables: temor, angustia, intranquilidad, desasosiego… y aunque causen malestar, en muchas ocasiones tienen una función adaptativa para nuestra vida. Dicho de otra manera, un nivel “normal” de ansiedad nos hace estar más alerta y más conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor, preparándonos para afrontar cualquier situación que se pueda presentar.
Pero cuando los niveles de ansiedad y su duración son excesivos, sin una causa aparente que lo provoque, pueden convertirse en trastorno generando limitaciones importantes en nuestra esfera personal, social, familiar y/o laboral.
Si nos centramos en el segundo concepto, la hiponcondría, se localiza dentro de los trastornos somatomorfos. En este grupo de trastornos mentales se producen una serie de síntomas físicos que parecen debidos a enfermedades del cuerpo. En concreto la hipocondría es el miedo a tener una o más enfermedades graves o la convicción de que se tienen, pese a los distintos resultados negativos obtenidos en las pruebas y análisis. Las personas que padecen hipocondría suelen ir a consulta frecuentemente así como a revisiones médicas con el objetivo de que les confirme la existencia de alguna enfermedad y así corroborar sus preocupaciones y sensaciones físicas. Piensan que ha habido algún error, lo que le crea más angustia, pues están seguros de padecer algo muy grave (como cáncer, sida, etc.). Y que pueden empeorar debido a un mal diagnóstico. Todo ello le causa un gran malestar en sus vidas, tanto en lo laboral, familiar como personal.
Entre las causas de la hipocondría se encuentra la sintomatología ansiosa de base. Estos pacientes tienden a interpretar como peligrosas las señales de su cuerpo como un pulso acelerado, ritmo cardiaco irregular, dolor de cabeza o sudoración. De esta forma, el estado típico de las personas con ansiedad de hipervigilancia se traslada al cuerpo, mostrándose mucho más atentos a todo cambio que experimenta su cuerpo. Por otro lado, la ansiedad lleva acompañada la rigidez en la mayoría de los casos, de tal forma que la hipocondría crece al pensar que los demás están equivocados y ellos mismos. Por ejemplo, el médico se ha debido de equivocar o no ha utilizado la última máquina para detectarme lo que tengo. Todo esto aumenta la ansiedad, lo que provoca más sensaciones y hace que se creen otras nuevas. La alarma crece lo que hace aumentar aún más la ansiedad y así generar un círculo vicioso.
De la misma forma que la hipocondría es frecuente en personas con ansiedad o predisposición a la ansiedad, el comienzo de la hipocondría suele estar relacionado con experiencias de enfermedad bien en el propio paciente o en sus familiares o personas cercanas (por ejemplo, una muerte cercana por cáncer o un diagnóstico médico de un familiar, etc.).
Sin duda alguna, los miedos en general es algo que si bien todos tenemos porque son emociones, aprendemos a regularlas a través de nuestras figuras de apego. Como mi madre o padre manejan sus propios miedos enseñan al niño a cómo debe hacerlo.
La ansiedad en la adolescencia y adultez se relaciona con figuras de apego ansiosas ambivalentes, que respondían a las necesidades del menor desde el propio miedo, y a veces de forma ambivalente según el estado emocional del propio adulto. La toma de consciencia emocional y adecuada regulación de los propios adultos como padres es la clave para prevenir la ansiedad y la hipocondría en el futuro de nuestros hijos.
El tratamiento de este trastorno mental puede llegar bastante tarde ya que el paciente cree que sus síntomas son reales y corresponden con un diagnóstico médico claro.
La familia juega un papel muy importante, ya que el darse cuenta de lo que pasa en la vida del paciente y hablar con ellos puede ser de gran motivación hacia el cambio. Además, muchos de los pacientes vienen a la primera consulta con sus familiares y estos actúan de coterapeutas durante toda la intervención reforzando conductas adecuadas (por ejemplo, decirle lo bien que lo hace cuando siente su pulso acelerado y simplemente respira y toma consciencia en lugar de ir al hospital) y extinguiendo conductas mantenedoras del problemas (por ejemplo, asustarse por una mancha nueva localizada en el cuerpo del paciente).
Además de la terapia familiar, la terapia individual psicológica continuada es fundamental. Muchos de los pacientes con hipocondría han vivido en sus familiares situaciones de muerte o diagnóstico médico que ha generado la aparición de la sintomatología. La terapia basada en la aceptación y compromiso contemplada dentro de las terapias de tercera generación reúne un gran éxito en la mayoría de los casos de ansiedad y de hipocondría. Así mismo, la terapia EMDR (desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares) funciona muy bien para aliviar la sintomatología asociada a situaciones de traumas vividos.
Mi recomendación a nivel clínico, es pedir ayuda a un psicólogo cuando creamos necesitarlo y siempre lo antes posible para no generar cuadros añadidos como el caso de la hipocondría.
Para seguir ampliando tus conocimientos sobre este tema, te invitamos a revisar nuestra guía sobre la gestión eficaz de la hipocondría.
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