El concepto “droga” no es algo contemporáneo sino que nos ha acompañado durante milenios. De alguna manera, los seres humanos hemos necesitado, o creer necesitar, alterar el funcionamiento del sistema nervioso. En muchas ocasiones ello ha supuesto innumerables ventajas, como la utilización de determinadas sustancias para paliar el dolor o para curar enfermedades.
Sin embargo, el uso de las drogas, al margen de sus incuestionables beneficios (la esperanza de vida se ha duplicado en los últimos 200 años gracias al avance de la ciencia de la medicina) también se ha convertido en uno de los principales problemas de las sociedades más avanzadas. En este artículo ahondaremos en los inconvenientes y perjuicios del consumo de sustancias adictivas, las drogas, en nuestra actual sociedad.
No es nuestra intención profundizar en los aspectos fisiológicos que hacen que el cerebro necesite consumir una determinada sustancia, pues eso corresponde al mundo de la neurofisiología. Además, hemos querido centrar este artículo no en tecnicismos que poco ayudan a entender por qué nos enganchamos a las drogas sino en los aspectos más prácticos de las adicciones para que podamos, en primer lugar, comprender qué es lo que nos pasa y, en segundo lugar, poder poner remedio al problema.
Así, podemos marcar un punto de inicio en el que podemos afirmar que la adicción, a diferencia del hábito, es todo comportamiento que llevamos a cabo y que sentimos no poder dejar de realizar sin sentir un malestar fisiológico definido como síndrome de abstinencia, el mono (aunque yo prefiero llamarle “El Monstruo”). Esto ocurre porque esos comportamiento, por su propia naturaleza y/o por lo que estos provocan en nuestro cerebro, activan desproporcionalmente los centros del placer de nuestro cerebro, concretamente el núcleo Acummbens, a través de un neurotransmisor que seguro que al lector le resulta familiar, la dopamina.
Cuando esto ocurre aparece la saliencia en relación a la sustancia ingerida (alcohol o tabaco, por ejemplo) o al comportamiento llevado a cabo (compras compulsivas o pornografía, por ejemplo), es decir, el comportamiento adictivo cobra tal relevancia que aquellos otros comportamientos que nos deberían parecer placenteros por ser beneficiosos dejan de serlo, por lo que el estimulo adictivo crea una gran interferencia en la vida de la persona adicta. El estímulo adictivo es prioritario. En pocas palabras, la diferencia entre el hábito y la adicción es que del hábito podemos prescindir, de la adicción no.
No cabe duda que existe una predisposición genética que hace que ciertas personas acaben haciéndose adictas al consumo de determinadas sustancias o comportamientos mientras que otras, menos predispuestas genéticamente no. Sin embargo, no podemos confundirnos. Predisposición no es sinónimo de seguridad sino de mayor facilidad. Los genes predisponen, mientras que el ambiente dispone. Esto es muy importante.
El ambiente es fundamental, y eso lo demostró Bruce Alexander en 1977 con su ingenioso y elegante experimento “Parque de Ratas”. Resumidamente, Alexander hizo adictas a un grupo de ratas hacinadas en una jaula maloliente en la que había dos bebederos, uno de agua y otro de agua con heroína. Todas las ratas acabaron bebiendo del bebedero de agua con heroína y, por tanto, enganchadas a la droga.
Posteriormente, en una segunda fase, se separó a las ratas, creando dos grupos. Uno seguiría estando en la maloliente jaula, que representa un ambiente hostil, mientras que el otro grupo sería trasladado al Parque de Ratas. Un espacio amplio y limpio en el que había espacio, lugares de recreo y zonas de apareamiento y cría; es decir, un ambiente enriquecido. Tanto en la jaula maloliente como en el Parque de Ratas seguían coexistiendo ambos bebederos, uno que solo contenía agua y otro en el que el agua estaba mezclada con heroína. ¿Qué es lo que pasó?
Como el lector habrá podido imaginar, las ratas del Parque de Ratas se desengancharon de la droga y solo bebían del bebedero que solo contenía agua, mientras que las otras, las de la jaula maloliente, las que andaban hacinadas, siguieron bebiendo de la disolución de agua y heroína. Así que, respondiendo a la pregunta de este apartado, la adicción a la droga se genera por una predisposición genética, con la que poco podemos hacer, y por el ambiente, con el que mucho podemos hacer.
Atendiendo a lo anteriormente mencionado, las personas que tienen más riesgos de sufrir adicción a determinadas sustancias o comportamientos son, por un lado, aquellas quienes tienen una mayor predisposición genética y, por otro, las que nos disponen de un ambiente “enriquecido”.
Cuando hablamos de ambiente enriquecido se hace alusión al término “factores de protección”, que son aquellas circunstancias que nos protegen, tal como la misma palabra indica, o disminuye la probabilidad de consumir o de que el consumo se vuelva adictivo. Una familia desestructurada, la no escolarización, no contar con una red social de apoyo a la pobreza son factores de riesgo. Todo lo contrario serían los factores de protección.
Por ello, es sumamente importante trabajar en terapia de adicciones en estos factores. Es muy difícil que alguien deje la heroína si vive en el inframundo. La idea del experimento de Alexander surgió por la preocupación del gobierno de EE.UU. ante el regreso de los soldados norteamericanos tras la finalización de la guerra de Vietnam.
La mayoría de los soldados, ante la atrocidad de la guerra, se habían enganchado de la heroína en un intento de escapar del horror emocional que suponía la barbarie bélica. “Ahora miles de soldados drogadictos deambularían por las calles de Norteamérica”. Pero Alexander descubrió que no fue así, que los soldados adictos a la heroína, en su mayoría, no continuaban con el comportamiento adictivo, se desenganchaban más o menos con facilidad. Las personas que más riesgos tienen para acabar siendo adictos a determinadas sustancias o comportamientos son aquellas quienes disponen de más factores de riesgos que de protección, además del factor genético con el que poco podemos hacer.
El tratamiento de las adicciones va a depender de numerosos factores influenciados por las características genéticas, personales, culturales y sociales de la persona adicta.
En casos graves es necesario en internamiento, mientras que en los menos se podría abordar desde la terapia cognitivo conductual con gran probabilidad de éxito. El tipo de sustancia a la que se es adicto también es importante.
El tratamiento no sería el mismo para una persona que no dispone de factores de protección (sin trabajo, familia desestructurada, sin amigos, con bajo nivel sociocultural, etc.) enganchada a la heroína, que una persona que dispone de esos factores de protección y que sufre de adicción al tabaco. A partir de estas premisas los abordajes difieren sustancialmente.
Entendiendo el poder del ambiente, ninguna persona está exenta de poder acabar siendo adicta a una sustancia o un comportamiento determinado; mientras que atendiendo a la genética, existen personas que, en referencia a lo primero, van a tener una mayor probabilidad de ser adictos a determinadas sustancias o comportamientos.
Los factores de riesgos y de protección son los términos en los que debemos movernos a la hora de llevar a cabo una intervención terapéutica exitosa en el campo de las adicciones, llegando a ser preventivo el gozar de los últimos. Sin duda, la terapia con un psicólogo, en la que el paciente adquiere las herramientas óptimas para hacer frente a las diferentes adversidades que el individuo se encuentra (o va a encontrarse) en la vida, es fundamental para disminuir los primeros y aumentar los segundos.
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