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Vivimos rodeados de ruido, tanto externo como interno, aunque no siempre somos conscientes de ello. Solo en momentos extremos —como la psicosis o el insomnio provocado por un ruido persistente— se revela lo invasivo y angustiante que puede llegar a ser. Durante la pandemia, muchos descubrieron por primera vez el silencio, y con él, la conciencia del ruido constante que los acompañaba.
Distingo entre el ruido del entorno —voces, motores, relojes— y el ruido mental —pensamientos, preocupaciones, recuerdos—, aunque ambos suelen entrelazarse. En la psicosis, la voz interna adquiere vida propia y arrasa con el mundo del sujeto, desconectándolo del ruido cotidiano que al resto nos tranquiliza. En otros casos, como el insomnio, el ruido que no puede ser integrado revela un malestar más profundo: una pérdida, un deseo no reconocido, un futuro incierto.
He observado que resistirse al ruido solo lo intensifica. Lo mismo ocurre con las verdades personales: cuanto más las evitas, más fuerza cobran. A veces, aferrarse al ruido es una forma de no escuchar el murmullo de los propios deseos. En el psicótico, ese ruido se convierte en mensajes invasivos que intentan llenar un vacío existencial, un agujero infinito en su ser, que le llevan incluso a adoptar identidades ajenas.
31/08/2025